Una amarga espera

La crónica de más largo aliento
que hice este año, espero la disfruten.
Aquí la versión completa.



¡La sorpresa!


En la sala de espera se encuentra parte de la familia Cortés. El ambiente es tenso, no sólo por la apariencia de aquel remedo de clínica, sino porque ya transcurrió una hora sin recibir noticias. La paciencia de César no da abasto. Los nervios ya acabaron con las pocas uñas que todavía conservaba medio largas. Ahora se arrepiente por no haber tenido el valor de asistir al procedimiento cuando el médico le dio la oportunidad. Un sentimiento que en lugar de amedrentarlo, lo impulsa a buscar respuestas que sólo conseguirá si burla las restricciones de la sala por donde entró su novia. Reúne las fuerzas necesarias para colarse, pero antes de conquistar la segunda puerta del pasillo, se encuentra de frente con el médico que la atendió. Éste lo mira de arriba abajo con cara de preocupación y sólo atina a decirle:
— Disculpe señor, pero usted no puede estar aquí.
***
Ana Lucía Cortés, la mayor de cuatro hermanos, nació hace veintiún años en el seno de una familia humilde de Sandoná, Nariño. Un pueblo al suroccidente colombiano, donde la familia se ha dedicado a la agricultura y a comercializar diferentes productos de la caña. Actividades típicas de la región que la pequeña Ana nunca disfrutó, pues desde niña jugaba con sus muñecas de trapo a ser doctora, añorando una vida en los hospitales y las clínicas.

Durante la pubertad se las ingenió para convertirse en una visitante frecuente del puesto de salud, el único que había en la zona rural. Ir a ese sitio, que no contaba con mayores lujos e instrumentos quirúrgicos, fue el mejor taller de orientación vocacional que pudo haber recibido. Con el paso del tiempo ya era amiga de varios médicos y enfermeras, como el Dr. Montezuma, un traumatólogo que se encargaba de rearmar los cuerpos de sus paisanos. Sufría y disfrutaba por igual con los pacientes cuando les acomodaban la clavícula, el radio, la tibia y otros tantos huesos rotos, fruto de accidentes propios del trabajo pesado del campo. Fue estando ahí, en una de sus visitas rutinarias al pabellón de los gemidos, cuando se cruzó por primera vez con César, un joven cotero que acudió al lugar por una fractura en su brazo derecho. Un encuentro fortuito al que le continuó una amistad que terminaría en su primer noviazgo.

Una relación discreta, que se mantuvo gracias a la custodia y alcahuetería de Clara Isabel, hermana dos años menor y cómplice de cabecera, quien vivía un romance similar con el primo de César. Aquel tiempo, donde Ana terminaba sus estudios de bachillerato y Clara seguía sus pasos un año lectivo atrás, se vio empañado por la inesperada noticia del embarazo de la menor.

Como era de esperarse en una familia conservadora como la Cortés, el paso a seguir fue ascender de colegiala a ama de casa, de señorita a señora. Un revuelco familiar que terminó por dividir el amor y la atención de los padres. Por un lado estaba la mamá dando la mejor cátedra de cómo criar un hijo y llevar un embarazo saludable. Por el otro bando, el papá y los hermanos concentraban sus fuerzas en alejar de la ignorancia y los caminos de la maternidad a Ana. Entonces, en contra de todo pronóstico económico, la despacharon a la capital vallecaucana para convertirla en “una profesional responsable”. Es obvio que ellos no contaban con que dos años más tarde la estudiante de Fisioterapia repitiera la historia. Como tampoco alcanzan a suponer la decisión que rondaría por su cabeza, ella sabe que aún puede “no decepcionarlos e interrumpir aquella sorpresa embarazosa”.

Recogiendo los pasos

Durante la primera etapa de exploración en el tema del aborto, sólo contaba con lo básico: textos legales y testimonios escuetos de terceros. Hasta el momento lo único que sobresalía era la presunta frecuencia con que se practican abortos en un país donde, según Ley 599 de 2000, está prohibido y se considera un delito con pena de uno a tres años de cárcel.

Si bien es cierto que los casos recogidos tenía en común la clandestinidad e ilegalidad, existen situaciones donde es permitido abortar: cuando el embarazo sea fruto de una violación denunciada, cuando haya una malformación grave del feto que sea incompatible con la vida, o cuando el embarazo represente riesgo para la vida de la madre. Una despenalización que se dio gracias a la batalla legal que libraron en 2006, mediante el proyecto Laicia (Litigio de Alto Impacto en Colombia: la Inconstitucionalidad del Aborto), la Women’s Link Worldwide y el Center for Reproductive Rights, encabezados por la abogada Mónica Roa.

Ahora bien, a pesar del buen número de referenciadas y relatos que había acumulado, ninguna de las implicadas quería contar detalles. No había sido posible reunirme con alguna, hasta hoy, cuando la amiga de un colega accedió y me citó en un café al norte de la ciudad.

Es una mujer delgada, trigueña, de ojos grandes y pelo vagamente ondulado. Da la sensación de ser desinhibida, no sólo por su tono de voz —alto y con una dicción impecable—, sino por el poco tiempo que le llevó entrar en confianza.
— ¿Te cuento de una vez cómo fue o me harás preguntas?
— Primero ordenemos algo de tomar, ¿te parece?
Durante el tiempo que tardó en llegar el par de cafés a la mesa, Dayana narró que es egresada del Liceo Francés Paul Valery, un colegio que tiene presencia en más de 275 países y cuenta con un modelo de educación europeo. También aclaró que tiene veinte años y estudia en la Facultad de Humanidades de la Universidad de los Andes en Bogotá.
— ¿Fue en Bogotá lo del embarazo?—, me atrevo a preguntar para retomar el tema. Ella niega insistentemente con la cabeza mientras termina de tomar un sorbo de café. Luego comienza a revivir la historia remontándose a los días en que cursaba décimo y tenía 16 años.
— Fue muy difícil cuando me enteré del embarazo, porque estaba en el colegio y había sido producto de una relación con alguien que no quería mucho. Nunca pensé que fuera a quedar embarazada, pues me ‘cuidaba’ o al menos así creía. Pero es una bobada decir eso cuando no planificás. Incluso creo que varias veces se le rompió el condón o algo así. Por eso, a estas alturas, sé que planificar no es ponerse un condón y ya.
“Para salir de la duda, fui sola a hacerme la prueba y casi me muero cuando salió positiva. Rápidamente llamé a mi novio que estaba fuera del país. Una semana y media después cuando llegó, le mostré la prueba y gracias a Dios recibí mucho apoyo, al punto que contempló la posibilidad de tenerlo. ¡Era increíble! Él no alcanzaba a dimensionar lo que estaba pasando: ¡¿Tener un hijo a los 16 años cuando tus papás se han matado por tenerte en un colegio?! No, eso no estaba entre mis planes, ¡jamás!”
“Entonces, fuimos a buscar dónde abortar y fue la cagada. Visitamos muchos lugares antes de dar con el que consideramos apropiado. ¡No te imaginás la cantidad de sitios que hay en la ciudad! Desde ahí, descubrí que abortar era la cosa más sencilla de hacer en Cali, bueno y creo que en Colombia. Todo el mundo lo ha hecho, incluso hay viejas que lo hacen por deporte”.
Dayana no ha vuelto a beber de su café. El afán por contar cada detalle de lo vivido no le permite tomar aliento. Tal vez la versatilidad que ha adquirido estudiando Literatura hace que su historia tenga un tono fantástico que por momentos resulta increíble. Supongo que mi expresión de sorpresa y desconfianza le advirtió lo que estaba pensado y por eso decidió invitarme a recoger sus pasos.
El primer lugar que visitamos fue una casa en un barrio residencial que nada tenía de semejante a una clínica. Hoy está remodelada y habitada por una familia que desconoce las actividades realizadas en el garaje por los antiguos inquilinos. Al sitio llegaron referenciados por un amigo de su novio, quien había financiado ahí un aborto de su pareja. No obstante, el desagrado que producía la fachada no la motivó a dar un paso más allá de la improvisada recepción.
Minutos más tarde, impulsados por el temor que sentían para explicar lo que necesitaban, visitaron varias droguerías aledañas con la excusa de cotizar medicamentos que regularan la menstruación. De esa forma era posible que algún vendedor se compadeciera y les ofreciera pastas para acabar el embarazo, o al menos un consejo. Pero siempre obtuvieron la misma respuesta: “esto no sirve para abortar”.
Del barrio farmacéutico continuamos hacia San Fernando, sector tradicional al sur de Cali, donde Dayana señaló la última estación en la que dejó de cargar la cruz. El lugar es una droguería que funciona las veinticuatro horas y todavía es propiedad de los mismos dueños: una pareja de esposos, donde sólo el hombre es cómplice del “negocio” que tiene la enfermera. Su silencio se mantiene gracias al 20% de comisión que obtiene por práctica ($100.000 de ese entonces).
— Al día siguiente, llegamos puntuales con el dinero y comenzamos el procedimiento que fue horrible. Adentro de la sala de inyectología me mostró dos pastillas azules, dos de otro color, dos chiquitas, dos medianas… ¡Eran muchas pastillas! Entonces me dijo: “estas grandes se las voy a meter ya, éstas en dos minutos, éstas en media hora y éstas se las toma vía oral”.
Finalizado el proceso, la enfermera formuló otras pastillas para el dolor, además de ofrecer sus números telefónicos como garantía, por si le subía fiebre o pasaba algo. Cuando Dayana se disponía a incorporarse y trataba de entender las sensaciones de su cuerpo en respuesta a los medicamentos, atendió con cuidado las últimas recomendaciones dadas con picardía.
— Le advierto que no puede tener relaciones sexuales en los próximos dos meses y además durante los siguientes tres días debe usar pañales—, tiempo en el que sufrió profundos e intensos dolores que espera no volver a sentir.
Antes de partir del lugar y separar nuestros caminos, Dayana rememora angustiada los días que esperó para que “la masa” terminara en el fondo del pañal. Tener que asistir al colegio en pañales, sumado a los fuertes retorcijones que no cedían ante las pastas para el dolor, produjeron en ella un coctel de remordimiento que la llevó al límite de la carga emocional. No fue fácil continuar la relación con el novio, que habría de acabarse un mes después, e incluso llegó a sentir culpa a pesar de estar segura que estuvo en todo su derecho.
— Yo sé que el hecho mismo de quedar embarazada es irresponsable, pero no con el bebé, sino con tu cuerpo, con vos misma, con tu autoestima y felicidad. Por eso pensé en mí y no en la bola.
Palabras que pronunció para sentenciar nuestra despedida, dejando claro que el Código Civil colombiano ampara su teoría, debido a que según éste las personas comienzan a existir jurídicamente al separarse del cuerpo de la madre, por tanto el derecho a la vida comenzaría ahí. Pese a ello la discusión sobre la titularidad de derechos de los no nacidos no se ha zanjado aún. Algunos argumentan que empieza desde un momento anterior como la fecundación, la concepción, o al desarrollarse el sistema nervioso en el feto.
Frente a este tema la abogada Roa, en su travesía legal para despenalizar el aborto, tuvo el siguiente argumento:
— No se trata de esperar a que la gran discusión de científicos, filósofos y teólogos sobre cuándo comienza la vida humana tenga una respuesta satisfactoria para todos. Simplemente no creo que sea posible llegar a un consenso. Lo importante, entonces, es entender que incluso si admitiéramos que el no nacido tiene derechos, éstos no podrían considerarse absolutos, pues ninguno de los derechos fundamentales lo es. Todo derecho tiene como limitación los derechos de los demás y deben, por tanto, ponderarse en cada caso los intereses jurídicos en conflicto.

El fin de la espera

Ana mantiene en secreto las ocho semanas que lleva de embarazo, nadie en la familia, ni siquiera César, imaginan que su actitud en los últimos días se debe a que carga semejante noticia. Normalmente las temporadas que pasa de vacaciones en Sandoná las vive al lado de César, salvo los domingos que comparte con la familia, sin embargo esta vez ha estado distante de todos. Es una manera para evitar tener que dar respuestas y razones de su silencio, sobre todo después que ratificó en el puesto de salud, donde todavía visita al viejo Dr. Montezuma para sostener largas charlas, que está embarazada hace dos meses. El médico es, hasta el momento, el único que sabe de su estado resguardándolo como un asunto médico-paciente.

— ¿Cuándo piensas contarle a César que va a ser padre?
— No sé… Realmente no creo que vaya a hacerlo… No será necesario si me ayuda a terminar con este problema.
La sorpresiva respuesta enmudece al médico. Es la primera vez en toda su carrera que una paciente solicita algo similar y jamás imaginó que sería precisamente su aprendiz innata, casi su propia hija, quien lo hiciera. No sabe si lo que espera es un consejo para amedrentarla o una fórmula eficaz para abortar. En cualquier caso él no tiene respuestas.
Por eso, lo primero que se le ocurrió advertir fue sobre los peligros:
— Tú sabes que el embarazo per se es un riesgo, por tanto el aborto es un riesgo mayor que puede tener consecuencias a mediano y largo plazo.
Una recomendación que sobraba, pues la hija mayor de la familia Cortés ya tiene claro las consecuencias de la decisión. Por eso cuando escuchó al Dr. Montezuma continuar con el sermón sobre el gran peligro que corren el embrión y el feto en el primer trimestre —del 30% al 40% de los embarazos totales pueden perderse de manera espontánea—, adivinó que su buen amigo y doctor no quería ser testigo de una práctica similar. Más bien la invitaba a esperar para que la naturaleza escogiera su caso dentro de las estadísticas de autorregulación. Si bien la posición del médico estaba clara, Ana todavía quiere obtener más información.
— ¿Cuéntame entonces cómo se practica un aborto cuando es legal?
— Si la paciente ha sido producto de una violación hay un protocolo donde se hace una serie de pruebas para analizar posibles enfermedades venéreas. Luego se le suministra un medicamento que evita la fecundación, siempre y cuando hayan pasado pocas horas desde del contacto sexual. En el caso de que la paciente consulte tarde y el embarazo haya avanzado, se realiza un legrado, dependiendo de la edad de gestación y los protocolos de la clínica. En algunas permiten realizar el aborto con los mismos medicamentos que se usan clandestinamente, bajo observación. Ya si el embarazo está muy avanzado se realiza una cesárea.
— ¿Y cuáles son esos medicamentos?
El señor Montezuma suspiró:
— No pienso decírtelo mi amor… —Volvió a suspirar—. Espero me entiendas.
***
El laboratorio Serh de la Universidad del Valle, lugar de prácticas para la rehabilitación humana, es ahora escenario del festín para la vida. Se trata del popular baby shower, que los futuros colegas de Ana Lucía organizaron. La decoración no dista mucho de la de una fiesta de cumpleaños, sólo que las bombas y adornos son en su mayoría de color blanco y violeta. En uno de los rincones del salón, donde se arrumaron algunas camillas, se encuentra la recepción en forma de mesa redonda. Para llegar ahí es inevitable cruzarse con el cesto de los regalos. Una estrategia que obligaba a los invitados a despojarse del suyo antes de poderse sentar.

En medio de la música y casi con la totalidad de los invitados presentes, la figura rolliza de Ana irrumpe en el lugar. No puede ocultar el asombro que le produce semejante escena; no esperaba un gesto así por parte de sus compañeros, como tampoco enfrentarse de esa manera a una realidad que hasta el momento había disimulado gracias a su contextura física. Su estado de ánimo es el reflejo de lo vivido en los últimos meses, periodo donde ha continuado sus estudios con una carga emocional que la agobia por las noches, las mismas que ahora comparte con César, quien se trasladó a la ciudad “para estar con ellas”.

***

Han pasado dos meses desde que se celebró la fiesta universitaria en honor a Ana. En aquel entonces su sonrisa terminó iluminando el espacio, tal como lo hace ahora en la clínica, donde las lágrimas no dan espera. Acaba de terminar su proceso de parto natural y en el rostro mantiene la expresión de alegría que la ha caracterizado. Se suponía que César asistiría al parto, pero el estómago no le dio para tanto. Prefirió esperar afuera mientras llegaba el resto de la familia, hasta el momento sólo lo acompaña Clara Isabel.

Entretanto Ana recupera el aliento mientras carga su bebé en los brazos. Una pequeña que nació con abundante pelo en la cabeza y muchas ganas de hacerse escuchar, no para de llorar ni siquiera porque la mamá la mece cariñosamente.

En la sala de espera ya se encuentra toda la familia Cortés en compañía de César y su padre. Algunos de ellos oran junto a Clara Isabel. Otros se distraen bebiendo café y actualizándose en los pormenores familiares. El paso de tiempo hace suponer que el parto terminó y esperan noticias por parte del cuerpo médico.

Al interior de la sala de partos los llantos entrecortados no cesan. El médico realiza los exámenes de rutina encontrando un balance positivo en general, solamente le preocupa la cantidad de oxigeno que esté llegando a los pequeños pulmones de la bebita. Situación que obliga el traslado del neonato hacia la sala de Cuidados Intermedios para descartar cualquier posible problema respiratorio.

Después de transcurrida una hora completa sin noticias de la nueva integrante de la familia, el ambiente se torna tenso e insoportable. La paciencia de César no da abasto. Ha intentado recibir respuestas de varios médicos que salen y entran de la sala pero fue inútil. Entonces toma fuerza y decide eludir las restricciones para enfrentar al médico que las atendió. No alcanza a atravesar el pasillo cuando se topa con él. Éste lo mira de arriba abajo con cara de preocupación y sólo atina a decirle:

— Disculpe señor, pero usted no puede estar aquí—. En ese momento ninguno imagina que acaba de cruzarse con la persona que buscan.
— ¡No me voy a salir hasta que me den razón de mi hija!
Inmediatamente el ginecobstetra descubre que aquel hombre es el padre del bebé que minutos antes vio nacer. Por un instante piensa que lo mejor será calmarlo y llevarlo a la sala de espera, pero sabe que sería imposible. Entonces respira profundo queriendo ganar unos segundos más, levanta la cara y, evitando contacto visual con el desesperado padre, dice:
— Su hija sufrió un paro cardiopulmonar… Lo siento mucho.

Desaliento

Para seguir con el cuento de la poesía,
aquí una de mi autoria.
Juzguen ustedes.



Luego de una buena noche
el cansancio se apodera del lugar,
las piernas no responden,
las manos tiemblan,
el aire falta.

El desorden de la habitación no importa
ya no hay a quien reprocharle.
Levantarse no tiene sentido
pero se hace necesario para huir.
Hay que volver a la cotidianidad, al trabajo, al día.

De nuevo llega la noche,
el cansancio no hace parte del lugar,
las piernas te tiemblan
mis manos se hunden,
quedas sin aliento.

Luego de otra buena noche
la comunicación se distorsiona.
No te entiendo.
No te siento.
Debe ser el teléfono que ya no tiene tono...

"Oda al amor" toda una "Maldición"

Aunque no suelo publicar nada que no sea de mi autoría
y tampoco soy un lector asiduo de poesía, gracias a un amigo,
descubrí esta poeta colombiana.
Aquí un par de poemas que me parecen
brillantes y más que oportunos.
¡Espero los disfruten como yo!


Oda al amor
Por Maria Mercedes Carranza


Una tarde que ya nunca olvidarás
llega a tu casa y se sienta a la mesa.
Poco a poco tendrá un lugar en cada habitación,
en las paredes y los muebles estarán sus huellas,
destenderá tu cama y ahuecará la almohada.
Los libros de la biblioteca, precioso tejido de años,
se acomodarán a su gusto y semejanza,
cambiarán de lugar las fotos antiguas.
Otros ojos mirarán tus costumbres,
tu ir y venir entre paredes y abrazos
y serán distintos los ruidos cotidianos y los olores.
Cualquier tarde que ya nunca olvidarás
el que desbarató tu casa y habitó tus cosas
saldrá por la puerta sin decir adiós.
Deberás comenzar a hacer de nuevo la casa,
reacomodar los muebles, limpiar las paredes,
cambiar las cerraduras, romper los retratos,
barrerlo todo y seguir viviendo.


Maldición
Por Maria Mercedes Carranza

Te perseguiré por los siglos de los siglos.
No dejaré piedra sin remover
Ni mis ojos horizonte sin mirar.

Dondequiera que mi voz hable
Llegará sin perdón a tu oído
Y mis pasos estarán siempre
Dentro del laberinto que tracen los tuyos.

Se sucederán millones de amaneceres y de ocasos,
Resucitarán los muertos y volverán a morir
Y allí donde tú estés:
Polvo, luna, nada, te he de encontrar

Entre(s) preguntas...

Un cuento que se lee y relee
para encontrar varias historias...
Una leyendo de seguido,
otra sólo con las preguntas en blanco,
la última con las que están en naranja...



¿Será que estás pensándome? ¿Y si es así, ahora qué hago? ¿Hummm, y la llamada de anoche? ¿Mejor me concentro y hago el curriculum? ¿No imagino más? ¿Harán falta más adornos? ¿Óyeme, pero qué te hiciste? ¿Y si me bajo más los pantalones? ¿Estas escuchando? ¿Qué hora es? ¿Esa no es nuestra canción? ¿Pero ya no está muy tarde? ¿Segura que debo esperar más? ¿Donde está la dirección? ¿Mejor te llamo al rato? ¿Y el teléfono? De nuevo, ¿estás segura? ¿Entonces dejo de escribir y releo? ¿Y cuánto tiempo será necesario? No, no ya no hay tiempo, ¿está todo en esas cinco bolsas? ¡¿Tanto?! ¿Qué habré hecho el cronograma? ¿Ésta es la última ci(n)ta que me queda? ¡Maldita sea! ¿se me acabó la hoja? ¿Con que así son las cosas? Bueno, ¡qué le vamos a hacer! ¿Entonces llegó el fin? Mejor será volver a buscar... Antes dime, ¿le encuentras algún sentido a esto?

Actividades inútiles

Para ti, que el fondo me crees.
— ¿Por qué no haces algo?
— Eso hago
— ¿Qué?
— Estoy trabajando.
— No te veo trabajar, sólo estás echado leyendo todo el día.
— Bueno, mañana busco trabajo.
— ¡Eso! Y comience por llevar la hoja de vida donde su tío, recuerde que hace más de un mes le dijo…
— Pero allá no hay nada para mí.
— ¡Cómo que no! Todos sus primos ingenieros están allá empleados y ganando buen dinero. Acaso es que usted estudio Ingeniería Electrónica para dejar perder el dinero…
— No, yo lo estudie para darte gusto… ahora es tiempo de darme el mío.
— ¡¿Cómo?! ¡¿Perdiéndolo ahí en ese computador?!
— No, también leyendo días enteros.
— Usted verá… Pero si no busca qué hacer es mejor que se vaya. ¡Eso sí!, se lleva ese montón de libros para desocupar la habitación y poder alquilarla…
— Mañana busco un lugar…
— ¡Más le vale!…
— …
— ¡Má!
— ¿Sí?
— ¿Puedes darme el desayuno?... Tengo hambre.
— Claro mi amor. ¿Huevo frito o revuelto?
— Revuelto… como el amor de Oliveira y Lucía.
— ¿Y esos quienes son?
— Unos amigos que me acompañan en esta actividad literaria inútil.
— Bueno, entonces dígales más bien que lo acompañen a buscar trabajo.

Todo un cuento

Lo irónico de este amor
fue que el pesonaje que creé,
terminé amándole
más allá del punto final.

¡Dejemos la maricada!

Columna Revista El Clavo

Desde la época del colegio este tema me acompaña. Es lógico. Fui educado en un colegio franciscano que por excelencia (no me refiero a su educación) es masculino y ciertamente con mayor facilidad para fomentar ambientes de cariño varonil. Recuerdo que era normal ir en manada al baño, darse nalgaditas como señal de apoyo, consentir al amigo enfermo, caminar abrazados y algunos hasta llegaron a hacerlo cogidos de las manos con los dedos entrecruzados. Todo era parte de una cotidianidad que permitía a los más osados salir del closet.

Si bien es cierto que esas muestras de ternura no obedecían, en su mayoría, a una inclinación rosa, generaba confianza a los que sí la tenían. Un impulso que pagaban con creces, pues una cosa era entrar en la lógica del manoseo permitido y otra muy distinta decir que gozan de gustos vigorosos. Pobres tipos. Sus vidas se reducía a burlas gigantescas, como la que sufrió un estudiante en medio de una misa en el coliseo cuando desfiló para tomar la hostia y todo el colegio gritó al unísono: “¡LOCA!”. A partir de ahí eran una especie de leprosos que nadie se les acercaba, sólo su convertido gay-mejor-amigo. El único tipo capaz de entenderlo y no juzgarlo.

Desde hace varios años el colegio ya es mixto, un reajuste debido a la tendencia a la baja en las matrículas, algo que permitió disminuir la crueldad contra “el diferente”, ahora la comparten con las marimachas. Ejemplos a escala de la discriminación que se vive en la sociedad. No en vano cuando nos reunimos con los compañeros del colegio nadie quería reconocer amistad alguna con D. A., el gay de nuestra generación.

Este antiguo trato repelente hacia los homosexuales comienza precisamente ahí, en el colegio. De ahí mi celebración cuando supe que en el Valle del Cauca había salido una cartilla para docentes que busca dar pautas en educación sexual, especialmente en el reconocimiento de la diversidad de género. Se trata de una serie de folletos, libros y CDs que contienen canciones que invitan al respeto, cuentan historias homosexuales, de lesbianismo y homofobia. Pero ¡oh sorpresa!, la semana pasada vuelvo y me entero que en esta misma ciudad, la que ha parido grandes artistas, cineastas, actores, actrices, concejales y gobernadores —no importa su inclinación sexual—, es la misma que tiene seres retrógrados que ahora quieren censurar esta iniciativa porque, según ellos, es una herramienta pedagógica que “induce al homosexualismo”.

Por eso no sorprende la tardanza que hemos tenido en reconocer derechos a las parejas del mismo sexo, entre ellos formar una familia. Argentina acaba de dar el primer paso en Sur América al avalar los mismos derechos que tienen los heterosexuales para los homosexuales. No obstante, en nuestra patria boba (¡estúpida!) pasará un par de eones antes de acabar con esta discriminación, que se coló incluso en la Constitución de 1991 a pesar de ser tan “liberal” (léase el Articulo 42).

Me pregunto: ¿qué será de la vida de mis compañeros que salieron del locker? ¿Por qué ellos no van a nuestras reuniones? ¿Hoy, diez años después, todavía nos avergonzaríamos al saludarnos? ¿Finalmente quiénes son los de la maricada?

Bonus Track

Excúsenme los lectores que esperan divertirse con la columna, pero este tema no puede seguir siendo motivo de burla, ni que se tratara de un artículo sobre Ricky Martin.

Marbelle vs. Natalia Paris


Columna Semanal
Revista El Clavo

A simple vista esta comparación puede resultar odiosa y sensatamente absurda. Lo entiendo y créanme que hasta la semana pasada estuve de acuerdo. Pero después de apreciar a Naty Paris en cueros, gracias a las astucias de la Revista SoHo, no pude evitar pensar inmediatamente en lo parecida que es a Marbelle: otra hermosa mujer que había posado desnuda en más de una ocasión para la portada de esta publicación.

Ya imagino los madrazos que me debo estar ganando por tan osada comparación. De antemano quiero ofrecerles mis más sinceras excusas a todos los seguidores de Marbelle por mi atrevimiento, aunque espero convencerlos de que no es un insulto referenciarla con la desnutrida paisa; una modelo que todavía no ha sido merecedora de una telenovela y que, si acaso, sólo ha protagonizado escándalos mafiosos, chistes flojos y un par de películas (una de ellas todavía está En Coma).

Sin más rodeos, comencemos por lo obvio, ambas son divas que se han preocupado y destacado por su físico, basta con valorar sus curvas acentuadas por el bisturí para darse cuenta. Lamentablemente fueron atendidas por diferentes cirujanos. Éste podría ser un primer punto de discordia, pues uno de ellos confesó ser seguidor del arte fantástico y lo imprimió en el trabajo con la reina de la tecno-carrilera. Pero no nos pongamos con pequeñeces, tanto la rubia como la morena quedaron en su punto.

Ahora bien, alejándome de las banalidades de lo físico, donde queda claro que la juventud se impone —recuerden que Marbelle tiene apenas 30 años, aunque no lo parezca—, entraré a comparar sus talentos que las llevaron donde hoy están: en Teras de información de discos duros de computadores, donde no nos cansamos de guardar sus imágenes. Ojalá y pronto sigan los pasos de Luly Bosa y Ana Karina Soto para que la saquen del estadio. Bueno, retomando el tema de sus talentos resulta sencillo ver las semejanzas, las dos comenzaron muy jóvenes a mojar prensa y destacarse en su oficio del entretenimiento. Por igual asombraron con sus movimientos y destrezas ante las cámaras fotográficas. Si me apuro, advertiría que nuestra protagonista de novela podía haber sido también una gran modelo, así lo demuestran las fotos del último trabajo discográfico; unos retratos dignos de hacer parte de la sala del Museo Nacional donde reposan obras tan hiperrealistas como La Naranja de Fernando Botero.

Después de todo este balance escueto sólo me resta dedicar mi columna a estas dos mujeres que me hacen perder el sueño. La primera lo hace de una manera directa cuando por desgracia la veo actuar y sus primeros planos me atormentan la noche. La otra en cambio, se cuela en mis sueños desde hace varios años donde he anhelado haber tenido los cogones de seguir los pasos de tanto traqueto que la tuvo a su lado. Hoy nada más me quedan estos medios —impresos y virtuales— para expresar mi encanto por una paisa que podría hacerme olvidar el repudio que me produjeron sus paisanos, gracias a un enano que tuve que escuchar los últimos ocho años.

¡Gracias a las dos por existir!, sobre todo a ti Mauren Belky que con tus encantos cada vez me haces desear más a esas insípidas que no te llegan ni a los tobillos.

Ni DiCaprio ni Brad Pitt me hacen llorar

Columna Semanal
Revista El Clavo


Desde que tengo uso de razón —entre los 14 y 15 años— rondo las salas de cine, realizando mi terapia semanal de estar a oscuras viendo una película. Ya alguna vez escribí sobre ese Ritual Solitario, el cual comenzó precisamente viendo una de las películas que más lágrimas femeninas ha generado. Hablo de Titanic. Una cinta que por ese entonces era la sensación, por la cantidad de nominaciones a los premios Oscar, catorce para ser más exactos, y porque el pobre de Di Caprio moría congelado. A decir verdad, nunca logré entender por qué tuvo tantas nominaciones, ni cómo alguien podía llorar viendo a ese tipejo. ¿Es que acaso no se daban cuenta que era ficción?

Era entendible que en mis primeros años de racionalidad este tipo de manifestaciones me dejaran, por no decirlo menos, aterrado. No me cabía en la cabeza que la gente se conmoviera con Brad Pitt en la escena final de Seven, en vez de aplaudirlo por su actuación en Doce Monos. Para mí era claro que uno iba a cine a entretenerse, no a que lo devolvieran melancólico y mocoso. Sin embargo, de tantas visitas a las salas fui descubriendo que había filmes que inyectaban mugre en mi ojo y que curiosamente me alegraban la noche.

A partir de ahí, empecé la lista de películas lloronas. Una serie de títulos que procuraba repetirme a solas, con el fin de llorar tranquilo. Es que es muy bravo hacerlo a lado de tu papá o tu novia, nada de eso: “¡los hombres no lloran!”. Así que yo no lo hacía… en público. Digamos que era una especie de ceremonia de recogimiento que no necesitaba participación grupal.

Recuerdo que en los inicios de mi deshidratación, procuraba no retomar el tema de Titanic, del que tanto me había burlado, pues ya no tenía derecho. A mi favor, solo podía argumentar que casi todas mis películas lloronas eran de productoras y directores independientes. En mí no hacía efecto las fórmulas de grandes producciones, con héroes y heroínas de Hollywood, que tenía un banda sonora tipo sinfónicas. Por el contrario, eran las historias de barrios, de amigos, de seres humanos parecidos a los que me rodean, que lograban activar el llorómetro.

Aunque sé que no todos tienen la misma debilidad ocular, lograr esa reacción en un espectador es la satisfacción del deber cumplido, tal como lo hace la risa en una comedia. Es cierto que hay métodos amarillistas y público, un tanto estúpido, al que se conmueve fácil. Pero también es claro que una buena historia con elementos dramáticos bien argumentados, desenlaces sorpresivos y finales sensatos, cautivan a cualquiera, al punto que olvidamos, durante ese tiempo, dónde estamos.

Así que si usted es de los que mojan pupila y está orgulloso como yo, le recomiendo la siguiente terapia que recorre brevemente desde lo clásico hasta lo más reciente: Casablanca, Cinema Paradiso, Voces Inocentes y la película que no he podido superar a pesar de haberla visto más de diez veces: Habana Blues. ¿Cuándo será que Benito Zambrano saca su próximo filme a ver si dejo la pendejada?

¿Qué ha pasado con el cine colombiano en 2010?

Artículo publicado recientemente
en la edición 53
de la Revista El Clavo
.

Durante los dos últimos años, la producción de películas colombianas tuvo un pico interesante en la cantidad de filmes realizados en el país. Este hecho, clave en la conformación del cine colombiano y la tan nombrada Industria Cinematográfica —que todavía está lejos—, ha tenido una fuerte caída en el primer semestre de este año. Si bien el 2008, con trece películas criollas proyectadas, tiene hasta el momento la medalla de oro al año con más estrenos, el 2009 no se quedó atrás al exhibir doce (incluido el documental El retrato de mi padre). Entonces, ¿qué está pasando ahora? ¿Por qué no continuamos con el ritmo? ¿Será que se está acabando la gasolina de las productoras?

Al iniciar el año, la lista de películas para estrenarse llegaba a veinte, sin embargo, hasta el momento han rodado por las salas sólo cinco, de las cuales tres son coproducciones con países como Perú, Panamá y Costa Rica. Ésta, es una de las razones de los pocos títulos colombianos en cartelera, pues normalmente en una coproducción, el país invitado es el que más inyecta capital. Hecho que le permite organizar el circuito de exhibición, donde primero se viaja a países con festivales, que llena de insignias las cintas, con las que llegan a su país, para luego ir por el público colombiano. Requisito que tienen, no sólo las empresas distribuidoras, sino el imaginario del espectador: entre más premiada sea la película, más vale la pena invertir en la boleta.

Ahora bien, las películas made in Colombia, que son rodadas completamente en el país, con el sudor y bolsillo de compatriotas, la tienen más difícil. Pues, en el proceso de producción de cada cinta hay el mismo problema: no alcanza el billete para la postproducción y exhibición. En Colombia, por una parte, la mayoría de los estímulos destinados para el cine se concentran en la preproducción y rodaje, pero son bien pocos los fondos destinados para llevarla a la pantalla grande. Por otro lado, las empresas de exhibición del país, no está teniendo buenos dividendos de estos filmes, es decir, hasta el momento, no es un buen negocio.

Frente a este panorama, no sorprende que la tendencia sea la caída de las producciones. Nadie podrá competir con los requisitos mencionados, a menos que la bolsa de dinero para la postproducción aumente o se eduque al espectador, como lo propuso Óscar Ruiz Navia (El vuelco del cangrejo) durante un cine foro que se hizo en Bogotá, sobre su ópera prima. En ese orden, sería mejor apostarle a lo segundo, pues ya es mucho cuento que exista una Ley que permita rodarlas.

Hay que educar y entender los gustos del espectador, quien siempre está dispuesto a divertirse y dejarse llevar por una buena historia. Todavía la balanza se inclina por el entretenimiento —cosa que tiene bien clara Dago García, cineasta que, durante la última década, ha hecho una película cada año—, por eso, el reto es llenar de buenas historias e identidad al cine colombiano.

El camino no es inundar de cintas que duren una semana en cartelera y ya. Lo ideal será celebrar dentro de poco el pódium del año con películas colombianas que tuvieron más de cinco millones de espectadores, así sea que se estrenen seis al año.

Los lectores que no leen

Columna Opinión
Revista El Clavo


Hace algún tiempo, mientras editaba la revista El Clavo, tuve una discusión acalorada con un escritor que vertiginosamente había ascendido hasta el Consejo Editorial. A decir verdad, fui uno de los que abogué para que entrara, sin imaginarme que iba generar más problemas de los encontrados en la mala redacción de los escritos que llegaban.

Todo sucedió cuando le entregué el Manual Editorial de la Revista, donde se expone, además de otros pormenores, que “(…) Se recomienda a los escritores que antes de escribir para la Revista piensen que: (…) Los que leen El Clavo son estudiantes universitarios y de colegio, que no tienen la lectura como hábito…”. Frente al enunciado, que me parecía de lo más coherente con las estadísticas de lecturabilidad, el novato presentó airadas protestas. Argumentó que ya no haría parte de la Revista porque no deseaba ser leído por quienes no leen y, concluyó tajantemente, que era una estupidez hacer una revista para no-lectores.

Antes de aceptar su renuncia traté de persuadirlo, pues considero que es una pluma prometedora. Refuté su rabia invitándolo a un café y explicándole que lo que se pretendía era incitar a los escritores para que redactaran textos con prosa sencilla y atractivos al público joven. Quise darle a entender que los lectores que sí leen ya los teníamos cautivos y que queríamos llegar al resto del mercado, para ver si le arañábamos un poco de su mesada, que destinaban responsablemente a las cervezas. Sin embargo, de nada sirvió la inversión del café, sus argumentos fueron más sólidos y hoy, estoy de acuerdo con él.

En ese momento, era descifrable mi posición. No quería dejar ir un buen escritor y debía cumplir con un Manual, que era mi camisa de fuerza. Cuando comenté al Consejo Editorial el motivo de su renuncia, todos prácticamente se burlaron por tan ilógica decisión e inocentes argumentos. Pero, el ñoño-lector que tengo adentro había quedado muy decepcionado. ¿Realmente teníamos cautivos a los lectores-lectores? ¿Sería que tenía lavada la cabeza? Después de esto, ¿podría seguir como Editor?
Pues bien, ahora sé que es un absurdo pretender que los lectores sean un nicho de multitudes. Nunca lo han sido, ni lo serán. Entonces, ¿cómo competir entre los medios impresos y los audiovisuales, que se suponen son los preferidos? Martín Caparros dice, en el prólogo del libro Las mejores crónicas de Gatopardo, que con la aparición del Cine y la Televisión “muchos supusieron que la escritura era el modo más pobre de contar el mundo: el que ofrece menos sensaciones de inmediatez, de verosimilitud. La palabra no muestra: construye, evoca, reflexiona, sugiere. Ésa es su ventaja”.

Como herencia de mi tiempo de editor, eliminé ese argumento del Manual. Primer paso para desvirtuar la idea del lector-no-lector. No es gran cosa, pues hoy en esta Revista, y en la gran mayoría, hay cada vez menos espacio para el texto y más para la imagen. Una decisión que va de la mano con el mismo argumento. Afortunadamente, todavía hay publicaciones para ñoño-lectores como Gatopardo y El Malpensante, que dan espacio a textos de largo aliento. Ahora que recuerdo, no soy suscriptor de ninguna. ¿Será que cancelo las de SoHo, Playboy y Donjuan para hacerlo en estas revistas?... Difícil paradoja, mejor las sigo leyendo por Internet.

Santa Payola

Columana Semanal
Revista El Clavo

Si uno busca este término en el Diccionario de la Real Academia Española, no encuentra significado, a pesar de su parecido con la palabra Paella. Sin embargo, cuando entendí el uso popular de dicha expresión, supe que poco se trataba de culinaria.

La primera vez que la escuché fue en una reunión con unos amigos, que se dedican a la música, quienes dijeron que habían tenido que darle “payola al portero para dejarlos entrar”. Ya entenderán por qué pensé en comida: nada mejor para un celador que un buen plato recalentado. Pero, al saber que se trató de dinero, no pude evitar mi sorpresa por ser el único ignorante.

Pues bien, mi desinformación se debía a que no estaba familiarizado con el mundo de la música, donde todos saben de qué se trata. Enterarme que al soborno le tenían un apodo tan peculiar no fue gran cosa al lado de las utilidades 'payoleras' que obtienen los programadores y directores de emisoras. Tal como sucede en la política, donde muchos saben que en los contratos hay tajadas para los mandatarios, en la música hay que pagar boletos para ser programados y triunfar.

Al parecer, este no es un negocio transparente a los ojos de los gerentes y dueños de las cadenas radiales, quienes no pierden su tiempo en pequeñeces. Éstas dejémoselas para los que tienen el poder al aire, reconocimiento en la clase popular y salario ajustado. Ellos deben ayudar a las nuevas promesas de la música, pero, ¿hacerlo gratis? No, definitivamente el trabajo tiene su precio, que, según algunos músicos inversionistas, puede llegar hasta tres salarios mínimos por emisora, digo por programador o director. La suma se convierte en millonaria, si se desea pegar una canción a nivel nacional. ¿Acaso alguien dijo que sería barato?

La indignación que compartí con mis pobres amigos, que todavía no suenan en la radio, se esfumó al entender que así funcionan las cosas. Si usted se dedica a la música, tiene dos caminos. El primero, de gran facilidad y poca concurrencia, es tener una chequera de papi que financie tan costosa carrera. El segundo, se trata del recorrido por el obrero musical; trabajar en bares los fines de semana para conseguir dinero, que a su vez sirve para pagar un jefe de prensa o manager, preferiblemente bien farandulero, quien logre llevar su música a las emisoras. A partir de ahí, deberán doblar sus turnos en los bares para poder dar payola, que finalmente no les asegurará el éxito, éste depende también del talento… para seguir consiguiendo billete.

Definitivamente el panorama no es alentador. Menos mal, deben existir casos donde han conseguido un mecenas que los llevó a una exitosa carrera, sin cobrar más que su porcentaje. Eso es posible, así como no hay duda que la política tiene funcionarios honestos. Hoy creo que esta palabra, payola, está más cerca del término payaso, tal como los que anuncian en los restaurantes del centro el menú del día. Un trabajo digno, pero que por su baja paga, siempre se cuadra con la propina.

Ingrid Betancourt, yo le creo

Columna Semanal
Revista El Clavo


Tras la noticia del pasado viernes sobre la demanda que impuso al Estado, la secuestrada más famosa de Colombia, Ingrid Betancourt, la respuesta de indignación no se hizo esperar por parte de todos los colombianos, quienes de inmediato la tildaron de malagradecida, hipócrita, oportunista, bipolar, loca y hasta HP.

Confieso que recibí con asombro toda esa avalancha de mensajes y comentarios en contra de la ex-candidata presidencial, pues, por una parte, me llegaron antes de saber lo sucedido y, por otro lado, porque no pensé que fuera cierto. Así que esperé hasta que la propia Ingrid lo confesara. Por eso, y después de haberla escuchado en la entrevista, ¡yo estoy con ella y le creo! Ya incluso abrí un grupo en Facebook solidarizándome. Hasta el momento tiene cuatro integrantes fuera de mí: Yolanda Apulecio, Astrid Betancourt, Mélanie Claire y Lorenzo. Espero pronto superemos al grupo de fans del novelón de Marbelle, que ya va por los 10.000 seguidores.

Es que, ¿cómo no creerle a nuestra Juana de Arco criolla? Ella que ha sido tan noble y sincera. Por ejemplo, cumplió la promesa de no cortarse el pelo hasta que salieran todos los secuestrados. Ahora lo tiene un poco más corto, pero sigue con pelo, así que técnicamente ha cumplido ¿no? De igual manera, ha sido coherente con lo de su demanda al Estado, con Uribe a la cabeza, pues ratifica sus declaraciones, durante el cautiverio, en contra de él. Esto no quiere decir que sea malagradecida, la Operación Jaque era lo mínimo que tenía que hacer por ella.

Ahora bien, dejémonos de fruslerías y atendamos bien a sus declaraciones de ayer. En primera instancia, dejó claro que todo este hecho no es una demanda al Estado como tal, sino una demanda de atención. Lo que ella quiere es poder contarle al Presidente y a Colombia cómo fueron los verdaderos hechos de su secuestro. Ella sabe muy bien del bajo índice de lecturabilidad en nuestra Nación, por eso no lo hizo por escrito. Además, lo del dinero es una forma de solucionar salomónicamente el valor de los derechos de semejante chisme bomba, por eso no puso a pelear a la empresa privada, sino que nos los cobró a todos, por nuestra sed de conocimiento banal. Vuelvo y le reitero mi apoyo señora Ingrid, sólo que creo que se le fue la mano con el monto, debieron ser unos 100 millones de dólares, para no quedarse atrás de la ex de Tiger Woods. Al fin y al cabo, entre ex se entienden.

Finalmente, lo principal que hay que destacar de la entrevista que hizo ayer Darío Arismendi a la Doc Ingrid, es que no ha perdido su gallardía y su inmenso feeling hacia la controversia. No en vano, tomó la vocería de sus compañeros de cautiverio en esta “solicitud de conciliación”, en la cual, además, mostró lo austera que es, pues la tajada de ellos es la más baja, de tan solo $5.831 millones. Muy diferente son los $9.600 millones que piden Yolandita y sus nietos, quienes tienen más gastos, ¡obvio!

¡No se arrepienta Ingrid!, ya tiene cinco integrantes del grupo de Facebook que estamos con usted y esperamos nos cuente la verdad. No se preocupe, su credibilidad está intacta. ¿Acaso contradecirse es mentir?

Bonus Track: Audio de entrevista a Ingrid Betancourt


La caída de las pollas… mundialistas

Columna de la semana
Revista El Calvo.

La semana pasada, en el Mundial Sudáfrica 2010, se produjo una hecatombe: dos de las grandes selecciones de fútbol, Brasil y Argentina, fueron eliminadas. Una situación que solamente fue vaticinada por los comentaristas deportivos colombianos, según sus propias declaraciones tras los resultados de los partidos.

Me confieso fanático de estos tipos. No concibo apreciar un partido de fútbol sin escucharlos. Son una especie de sabios criollos que siempre atinan en todo… al finalizar el partido. Desde niño me he preguntado ¿por qué no se han postulado como directores técnicos de nuestra Selección?, seguro lo harían mejor que cualquier Bolillo, o en caso contrario, sabrían explicar, con suficientes adjetivos, el motivo del fracaso.

Retomando el tema del fracaso argentino-brasilero, que sentimos como propio, sobre todo cuando perdimos plata en la polla mundialista, soy de los que rotundamente apoya los acertados y magnánimos comentarios, frente a este suceso desastroso, de Iván Mejía y Carlos Antonio Vélez. El primero, sin pelos en la lengua, se refirió a la selección Argentina, de la siguiente manera: “¡Esto, todo el mundo lo sabía, se veía veniiiir! Pues, a pesar de que la selección tenía con qué, tenía jugadores, le faltó técnico. Le faltó un tipo que, a parte de cogerles las nalgas a toda hora a los jugadores y darles besos, pensara y organizara, a la hora de la verdad, los cambios que requiere un partido. Él es un mito viviente del fútbol como jugador, pero no como técnico”. Nadie lo hubiera podido expresar mejor, usted tiene la razón Iván, no entiendo cómo en Argentina no se dieron cuenta.

Ahora, cuando Carlos Antonio dio su veredicto, mi admiración por él incrementó. “El problema de Brasil fue de contundencia, definición, decisión y sentencia, pues tuvo todo el primer tiempo para liquidar el partido, pero no lo hizo. Hoy, Dunga está pagando la ausencia de jugadores en el banco que hubieran podido dar vuelta a un marcador. Él quiso que fuera así, por eso hoy está fuera del Mundial”. ¡Qué belleza este hombre! Sus comentarios y léxico demuestran el profundo conocimiento que tiene de fútbol y letras. Por eso, nunca dejaré de sintonizarlo profe.

Sin embargo, estas grandes revelaciones me llegaron tarde. Fui de los que apostó por una final suramericana: Brasil vs. Argentina. Un duelo que no podremos ver ni siquiera en las próximas eliminatorias, pues los verde amarelas tienen paso directo al Mundial por ser el país organizador. Por lo pronto, buscaré comunicarme con este par de colegas para ver si me ayudan a conseguir empleo con ellos para ir a Brasil 2014, ya compré el Diccionario de Sinónimos y Antónimos para ampliar mi léxico. De no ser posible lo del ‘camello’, por lo menos, les pediré que me anticipen el resultado de las semifinales y la final de Sudáfrica 2010, para ver si esta semana recupero el billete de la cuota del Icetex.

Finalmente, bajo la lógica del trabajo de los comentaristas, voy a proponer a los organizadores de las pollas, que nos den la oportunidad de cambiar nuestros presagios tras los resultados de los partidos. Eso sí, aclarando que uno ya sabía que “¡eso se veía venir!”, y apoyándonos en las sentencias de mis sabios sin pelo.

El periodismo, mi ramera favorita

Columna Semanal
Revista El Clavo

Desde la semana pasada gracias a la torpeza que tengo para caminar a oscuras, ando con un yeso en mi mano que, según el médico, “sellará el túnel metacarpiano del quinto dedo” de mi mano derecha y por ahí derecho mis ganas de escribir. Pues desde entonces, no soporto el problema psicomotor que tengo entre el teclado y los dedos tiesos. Por eso, he decidido durante estos 25 días, escribir sólo lo estrictamente necesario —crónicas, cuentos y columnas—, para darle paso a la lectura. Es bueno, de vez en cuando, leer algo más que los e-mails de la ola verde que todavía me llegan.

Cumpliendo juiciosamente mi nueva actividad, encontré en mi biblioteca un libro de Ryszard Kapuscinski —no se preocupe si no sabe leer el nombre, mi polaco tampoco es bueno—. El libro era Los cínicos no sirven para este oficio. Sobre el buen periodismo. Un título que atrajo mi atención, aquello de “el buen periodismo” me vendría bien. El texto, lejos de ser un manual —que anhelaba—, es el recuento de un conversatorio dado, en 1999 en Italia, por este gran periodista polaco, experto en los conflictos tercermundistas y en vivir viajando-escribiendo.

Para mi asombro, aquel libro no trataba temas ajenos a mi condición de ingeniero-periodista, por el contrario reafirmaba varios hechos de los que he sido testigo y partícipe. Entre los temas a resaltar, está que el periodismo dejó de ser de los periodistas y pasó a manos de los empresarios. Desde la segunda mitad del siglo XX, especialmente en los últimos años, tras el fin de la guerra fría, la información se cotizó y todo gracias al espectáculo. Y mi papá diciendo que había botado su plata porque no me dediqué a la ingeniería.

Es por eso, que a partir de ahí, grandes empresarios, no importa de qué rama: banqueros, aseguradoras y hasta compañías de gaseosas, se dedican a hacer periodismo, quiero decir: a vender y comprar gracias al periodismo, sin tener que saber de él. Con esto, no quiero demeritar la labor que tienen estos empresarios para conseguir nuestro cheque mensual, sino exponer el problema de fondo que vivimos los primíparos de este oficio al encontrarnos con directores de medios que nada saben de periodismo. Alguna vez fui uno de los que no sabía de ninguna de las dos, cuando dirigí la Revista El Clavo, pero procuraba improvisar más en el cuento del periodismo.

Hacer negocio con el periodismo no tiene ningún problema, lo grave es dejar a un lado a los grandes periodistas que pueden enseñar a los novatos sobre cómo hacer este oficio y reemplazarlos por ingenieros, administradores y hasta publicistas, que se suponen saben hacer billete. Un despropósito que no parece tener reversa.

Ya decía yo que esto de tener tiempo de ocio por mi incapacidad me iba a traer problemas, pues por andar leyendo pendejadas ahora resulta que no sólo mi papá sí perdió su billete, sino que tendré que ponerme de nuevo el traje de empresario para tener un futuro estable en esto. Bueno, espero que la terquedad característica de los ingenieros me sirva para seguir dedicado a escribir y viajar como Kapuscinski, Gay Talese, Tomás Eloy Martínez o el mismo paisano de Alberto Salcedo Ramos, de quien les recomiendo su más reciente crónica sobre Diomedes Díaz.

ADANES: El retrato del fruto prohibido en la actualidad

Artículo publicado en la edición más reciente
de la Revista El Clavo, Ed 52.


En algún momento todos hemos escuchado sobre el mito de la creación que asegura que al inicio de los tiempos solo existían Adán y Eva. Una pareja exhibicionista que se paseaba desnuda entre animales en un lugar llamado El Paraíso. Sin embargo, pocos deben conocer un sitio de encuentro sexual masculino, donde los trabajadores se exponen desnudos colgados a los árboles. Pues bien, este paraíso contemporáneo, a pocos minutos de Cali conocido como El Valle de las Ninfas, es el escenario que inspiró a Henry Narváez para su primera exposición individual de fotografía que explora el desnudo masculino.

“Cuando supe de ese lugar, —afirma emocionado Henry— tenía mucha curiosidad de conocerlo. Por eso, busqué la manera de ir y contacté a personas cercanas que lo frecuentaban. Ahí, me encontré con un sitio donde había manes desnudos en los árboles, quienes esperaban por su cliente para negociar con él e irse a ‘tirar’ al río. Esa imagen inicial me pareció muy interesante, pues ahí se creaba una cuestión muy tremenda con el mito del fruto prohibido y el árbol”. Desde ese mismo momento, febrero de 2007, este artista caleño se dio a la tarea de crear una obra a partir de lo que estaba viendo. Por su cabeza pasó la idea de documentar el lugar y hacer un reportaje fotográfico de lo que sucedía, pero rápidamente se deshizo de ella por razones estéticas, pues no hubiera tenido el mismo resultado, de haber tomado fotos a escondidas detrás de un matorral.

De esta manera, y gracias a los referentes de grandes maestros del arte como Francisco de Goya (España), Pedro Nel Gómez y Luis Caballero (colombianos), Narváez comenzó a tomar fotografías con modelos en diferentes paisajes del Valle del Cauca (Colombia), Tequila y Temacapulín (Jalisco, México), quienes se montaban a los árboles para que el fotógrafo jugara con la luz natural y recreara diferentes figuras corporales, que narran, “de cierta manera, historias de la violencia que padecemos los colombianos, sin necesidad de mostrar sangre”, afirma el autor.

Henry Narváez ha sido un estudiante atípico de Licenciatura de Artes Plásticas, en el Instituto Departamental de Bellas Artes en Cali, pues en los cuatro años que lleva de carrera, hizo un año de intercambio en la Universidad de Guadalajara (México), dos exposiciones individuales, incluyendo “Adanes”, que estará expuesta hasta el 20 de junio de 2010 en la sala José Celestino Mutis de la Biblioteca Mario Carvajal de la Universidad del Valle, además de haber sido invitado a cuatro exposiciones grupales en México y Argentina.

Ahora los caleños tienen la oportunidad de ver “Adanes”, otro de los frutos de su afanosa carrera que no ha necesitado de obtener un título profesional para ir explorando su camino con diferentes técnicas, que van desde la pintura hasta la fotografía. Un artista que está atento a todo lo que sucede a su alrededor y que en esta ocasión se arriesgó a exponer al desnudo, los mitos de una sociedad puritana y excluyente, para la que el cuerpo no es más que la cárcel que esconde la desnudez de sus contradicciones.

De música ligera... y reencauchada

Últimamente me he dado cuenta que en la música pasa lo mismo que en la religión y la política, nadie puede discutir sin levantar ronchas. Es muy bravo hacerlo cuando uno es verde y el otro naranja, o cuando alguno es hincha del Divino Niño y otro del Gordito Buda.

Sin embargo, de mis problemas con la religión y la política he salido bien librado, porque mi ignorancia en estas materias ha hecho que la otra persona se sienta bien. Por ejemplo, al hablar de Jesús, siempre pregunto ¿cómo es que saben tanto de él? ¿Dónde puedo encontrar la receta para convertir el agua en vino? En cuanto a la política, las discusiones son más cortas, porque cuando pregunto por el pasado de algún político, la memoria falla y rápidamente pasamos a hablar de temas menos banales.

Ahora bien, en las discusiones sobre música mi suerte ha sido otra. Resulta que desde niño soy sordo. Aclaro, no es que carezca de este sentido, sino que para la música lo tengo negado. Recuerdo que comencé escuchando jazz, debido a mi afición por aprender saxofón, pero el precio del instrumento me llevó a los encantos de las baladas y el rock, que eran más fáciles de interpretar en una guitarra —de la cual sólo aprendí dos acordes—. Fue así como continué mi búsqueda en la prosa ecológica de Maná, el ensordecedor bullicio de los Rolling Stones, las verdes notas de Fito Páez, las enredadas poesías de Luis Alberto Spineta y los cueros de Héctor Lavoe, Rubén Blades, Tito Puente y Los Hermanos Lebrón.

Actualmente, estoy en la era de los ritmos de nuevas bandas, con tan buenos resultados que me he vuelto fanático de varias y manager de una de ellas: Pico y Placa (por favor no les cuenten mis problemas de oído, porque seguro me echan). Volviendo al tema de las discusiones musicales, hace poco me atreví a sostener una con melómanos salseros —de los que todavía escuchan LPs—, defendiendo las mezclas de géneros. Pues, creo que la música, como todas las artes, se pueden reinventar.

Ésta discusión la viví el fin de semana pasado cuando invité a estos salseros a la grabación de videoclip de la versión rock de “La Temperatura”. Un clásico de Los Hermanos Lebrón, que la banda caleña Pico y Placa interpreta como homenaje a estos dinosaurios de la salsa. Varios de ellos se alarmaron al oír esta amalgama de géneros de raíces negras, argumentando que era un sacrilegio. Sin embargo, contraataqué al contarles que el mismísimo José Lebrón —compositor de la canción— la catalogó como encantadora, al punto de considerarla mejor que la interpretada por ellos. Todavía tengo mis dudas si esa afirmación la hizo por cortesía con los pelaos, cuando se la presentamos, o porque no ha dejado de tener el tino para el rock, uno de sus géneros favoritos.

La verdad, no sé si logré convencerlos, lo que sí puedo afirmar es que soy un defensor de éstos despropósitos, pues considero que al hacer covers, respetando la letra y estructura de la canción, se logra llevar la música a nuevas dimensiones, donde los sordos escuchamos mejor.

Bonus Track: Como manager responsable, y para que ustedes se instruyan de mi sordera, aquí les dejo el link de esta versión rock de “La Temperatura”.

Soy un ciber-adicto amateur

Columna de esta semana,
publicada en ElClavo.com


Debo confesar que hace poco me di cuenta de mi adicción. Todo comenzó cuando decidí dedicarme a escribir. Desde ese momento, vivo prácticamente sentado frente a mi laptop —es vital manejar el bilingüismo en este ciber-mundo—, conectado permanentemente con mis fuentes de la web. Como parte de mi desintoxicación, argumento que el mayor interés que tengo en la escritura y el periodismo está en el trabajo de campo. Sin embargo, es inevitable la visita a San Google.

Mi problema se intensificó cuando decidí entrar en la era BB (BlackBerry). Ahí sí, me volví presa fácil de los emoticones, el PIN —quiero decir el BB PIN—, los e-mail y hasta los juegos en red. Mejor dicho, estaba alunizando en un terreno fértil para perder el tiempo. A pesar de que todos mis contactos tenían respuesta inmediata de sus mensajes, yo estaba cada vez más lejos de ellos. Llegué incluso a tener problemas con mi novia, porque había desarrollado la facultad de charlar con ella mientras ‘chatiaba’ con otro. Para mí era una virtud y no un defecto, ¡podía hacer dos cosas al tiempo! Pero, cuando ella prefirió enviarme un emotibeso, en vez de dármelo, supe que debía ir a Ciber-Adictos Anónimos.

Durante las sesiones de mesa redonda con los otros CAA, el diagnostico fue alentador: éramos ciber-adictos amateur. Eso quería decir que todavía deseamos el contacto físico. Y era obvio, ninguno lograba imaginar vivir una relación con su novia a través de una pantalla. Nada como el contacto físico. Nada como una conversación frente a frente. Nada más emocionante que oler y sentir.

Sin embargo, estando en este centro de rehabilitación, supe que existen engendros que evitan a toda costa cualquier contacto físico. Estos chinos son conocidos como Hikikimoris. Unos extraterrestres ojirasgados que se están multiplicando con cada nueva versión del Windows, que se relacionan gracias a las genialidades de Mark Zuckerberg (creador del Facebook) y las destrezas de Steve Jobs con su i-Pad. Como terapias de choque, nos hicieron ver videos donde dramatizaban la vida de aquellos amantes de la tecnología y la noche.

Son chinos entre los 15 y 25 años, que representan claramente cómo funciona un parásito. Resulta que debido a su afición por la red, dejan de salir a la calle y de ir a cualquier lugar más allá de su habitación —con baño—. En el día duermen, para evitar contacto con su abuela, madre soltera o padre ejecutivo. Y en la noche se levantan para tener su rutina. A eso de las 10:00 pm abren los ojos, hora ideal para evitar contacto con algún familiar. Luego de desayunar un sándwich saludable y lavar meticulosamente sus dientes —evaden ir al médico u odontólogo—, entran en la red. A eso de la media noche tienen su contacto sexual de rutina, luego se van de farra a dar bala en algún valle de un video juego. Entrada la madrugada almuerzan e ingresan a foros para saber qué hay de nuevo en la red. Finalmente, si la cuerda les alcanza o el día lo amerita, rematan con otro encuentro sexual, justo antes de que salga el sol.

Hoy tengo que agradecer a mi terapeuta, pues como tratamiento debo procurar mucho contacto físico… Espero no sea un nuevo problema con mi novia.

¡Por fin comenzó el Mundial!

Columna de opinión de esta semana,
publicada en ElClavo.com


A eso de las nueve de la mañana, este viernes 11 de junio, se dará el pitazo inicial en el cotejo, Sudáfrica versus Méjico, para así abrir oficialmente el decimonoveno Mundial de Fútbol. Un Mundial al que afortunadamente no va la Selección Colombia, pues así disfrutaremos de una primera ronda sin hacernos ilusiones y volver a sufrir un ridículo nacional.

Debo advertir que soy hincha furibundo de nuestra selección, por eso, lo anterior lo escribo con mucha tristeza, pues me gusta sufrir. Esto lo pueden corroborar mis amigos, quienes me vieron apretar nalga hasta último momento en la eliminatoria para Sudáfrica 2010, soñando con que los resultados nos iban a dar, tal como lo hice en la Liga Postobón con el Deportivo Cali. Bueno, ahora tocará vivir la agonía con Honduras, por aquello de que Reinaldo Rueda dirige dicha selección, y así no perder la costumbre de soñar con el triunfo, sabiendo que la derrota es un hecho.

Con el tema de la pasión mundialista tengo mi teoría. Si bien son muchos los que se declaran seguidores de este deporte y en nuestra sociedad nada es más fácil que armar un picado con cuatro piedras y un balón rucio en cualquier calle del país, creo que en mi generación —aquellos nacidos a comienzo de los 80— el sentimiento de frustración y admiración por los mundiales tienen otra motivación.

Resulta que nuestra niñez la vivimos siendo testigos de los fracasos de la Selección Colombia en los mundiales. Aunque no perdíamos el tiempo siguiendo las eliminatorias —pues para nosotros era casi lógico que Colombia fuera al Mundial— no podíamos dejar de verlo por televisión, más cuando Pelé había anunciado que Colombia podía ser campeón mundial. Una ilusión que se convirtió en obsesión, al punto que fuimos de nuevo protagonista de otra vergüenza mundial, cuando se cometió el asesinato de Andrés Escobar, en medio de USA 94.

Ya en nuestra adolescencia, siendo más conscientes de las sensaciones que producía este deporte, vimos en Francia 98 el preciado gol de “Calimenio”, que no nos alcanzó para pasar a segunda ronda. Sin embargo, ninguno sospechaba que este sería el inicio de nuestra zozobra frente al televisor, pues desde entonces no volvimos a asistir a ningún Mundial y ahora, lo lógico es que no vayamos. Admiro a los amigos que en ese momento sacaron al fútbol de sus vidas, pues cada cuatro años no sienten un vacío cuando no escuchan nombrar a la Selección Colombia entre los 32 equipos participantes.

Ahora bien, como fútbol-adictos que somos, celebramos que esta semana comience el primer mundial con sede en un país africano, donde la tecnología, las millonarias nóminas y las estrellas, prometen un evento deportivo mejor que el anterior.

En cuanto a nuestra Selección, habrá que esperar los frutos de la novedosa contratación de Hernán Darío Gómez. Un técnico histórico, por sus glorias en la época de mi niñez y el fútbol de antaño que sabe dirigir, quien tiene como tarea llevarnos al próximo mundial, donde Brasil no jugará las eliminatorias por ser el país anfitrión. Espero que esta ventaja nos sirva de algo, en caso contrario, no descartemos la idea de convocar de nuevo al Pibe Valderrama. Recuerden que el Pipa de Ávila regresó al fútbol colombiano y marcó gol. ¿Por qué no el Pibe? Yo doy mi voto a favor. Todo con tal de volver a sufrir, como Dios manda, la primera ronda de un Mundial de Fútbol.

Las encuestas sí existen

Aquí les dejo mi primera columna de opinión,
que seguirá publicando semanalmente en elclavo.com.
Pronto publicaré textos exclusivos para el blog.



El fin de semana pasado comprobé que el mito de las encuestas es una realidad. Como cosa rara, este viernes estaba de visita donde mi abuela, cuando de repente sonó el teléfono. Eran las tres de la tarde y mi paso por el apartamento sólo tenía como excusa recoger un libro, sin embargo ante la insistencia del teléfono y la ausencia de alguien más para contestar, levanté el auricular y atendí la llamada. Al otro lado de la línea estaba una mujer con voz de recepcionista de hospital, de esas que tienen un tono cantadito, preguntando por mí. De la intriga que me producía saber por qué me llamaban a esa casa, pasé a la sorpresa cuando me dijo: “… lo llamamos para hacer un sondeo de opinión sobre política. ¿La opinión que usted tiene sobre el presidente Álvaro Uribe Vélez es favorable o desfavorable?”, en ese momento, salté de la emoción, pues era la primera vez que me encuestaba e iba a ser responsable de bajar un poquitico los niveles de popularidad de Uribe, al contestar, con voz gruesa y segura: “Mi opinión es MUY desfavorable”.

De ahí, siguieron varias preguntas sobre los seis candidatos presidenciales (pobre Devia, Calderón y Araújo, ni en las encuestas telefónicas los incluyen) donde averiguaban qué pensaba de ellos, de sus propuestas y por quién iba a votar. De nuevo me emocioné al contestar que sería por Mockus. Luego de todas las preguntas, que no tardaron más de cinco minutos, me invitaron a una charla al día siguiente sobre el sondeo que me acababan de hacer, para analizar cómo ha sido la aceptación de las campañas de los candidatos en personas del común. Acepté con gusto la invitación y las condiciones que la mujer me advirtió, pues me dijo que no podía decir que trabajaba como periodista, sino que era simplemente Ingeniero Electrónico “independiente” —por fin mi carrera me servía de algo— y que debía estar el sábado, un día antes de las elecciones, a las 3:40 p.m. en el Hotel Intercontinental de Cali.

Cuando terminé la llamada, todavía me temblaban las manos de la felicidad de haber respondido con toda honestidad —por fin entiendo un poco cómo se siente Mockus después de cada entrevista—. Unos segundos después, me asaltó la siguiente duda: ¿por qué un día antes de las elecciones alguna firma, que no me quisieron dar el nombre, haría una encuesta y para qué, si ya no lo podían publicar? No quedaba otra que ir y averiguarlo.

Nos ubicaron en un pequeño salón a diez personas con una de esas psicólogas que no paran de sonreír y que logran mantener todo el tiempo el tono de voz cantadito de recepcionista. Estoy seguro que fue ella misma la que me había llamado el día anterior. Después de saludarnos, aclaró que no era una reunión para persuadir nuestra intensión de voto, sino un encuentro para escuchar nuestras opiniones sobre cómo están funcionando las publicidades de los candidatos (aunque a esa altura de las elecciones ya no tenía sentido). Luego de pasadas dos horas, donde nos habían bombardeado solamente con publicidades de Juan Manuel —confieso que el trabajo de JJ Rendón casi logra sensibilizarme—, me di cuenta que estaba participando en un sondeo mandado a hacer por la campaña de Santos. Curiosamente, la mayoría del grupo confesó que votaría por Mockus, tal como yo lo había hecho un día antes por teléfono, y defendió a capa y espada su voto. Sin embargo, debido a nuestra inocencia sobre las verdaderas intensiones de la reunión, les dimos muchos tips de porqué la publicidad de Mockus sí llegaba a la gente (por lo menos a los que estábamos ahí) y por qué nadie le creía a Santos cada vez que daba discursos, a pesar de estar bien preparados.

Al salir de la reunión, con un bono de $30.000 como regalo por haber asistido, el cual terminé dándoselo a mi abuela, iba pensando en que ya podía decir que las encuestas sí existen y que hay campañas que las mandan a hacer para cuadrarla a su amaño. Por eso, no me sorprendió tanto la enorme votación que tuvo Juan Manuel Santos el pasado 30 de mayo, pues si fue capaz de utilizar conejillos de indias verdes para mejorar su publicidad, qué tanto habrá hecho para convencer a votantes de poner una cruz en la cara de él y de Angelino. Una cruz que ojalá no vayamos a tener que cargar los próximos cuatro años.

Hollman Morris

Bueno, volví al blog.
Aquí la entrevista más reciente
que realicé para la REVISTA EL CLAVO.
Esta es una versión extendida. Espero comentarios.

Es uno de los periodistas más polémicos del país. Su vida la ha dedicado al tema del conflicto armado colombiano y desde su juventud, abogó por crear estrategias para que Colombia llegue a la paz. Por eso, hizo parte activa de la generación de la Séptima Papeleta, la cual dio origen a la Asamblea Constituyente y la Constitución del 91.

Actualmente, persigue los ideales de un país incluyente y democrático a través del programa de televisión Contravía –galardonado con premios como el Simón Bolívar y el India Catalina–, donde ha recorrido el país en busca de otras ‘colombias’: la Colombia afrocolombiana, la Colombia indígena, la Colombia de los líderes sociales y la Colombia de las víctimas del conflicto.

Ahora, este defensor de los Derechos Humanos, aceptó cambiar el papel de entrevistador a entrevistado y nos confesó, entre otras cosas, el miedo que siente por las amenazas de muerte que le ha hecho el Estado. Aquí, el resultado de esa tertulia.EL PODER DE LOS ME-DIOS

¿Por qué Hollman Morris se complica la vida trabajando en contra de la corriente?

Porque creo que la esencia del periodismo es contrapoder. Me enseñaron en la universidad, y acabo de ratificar en una conversación que tuve hace poco con el periodista Jon Lee Anderson, que los periodistas nos sentimos mejor en la medida que somos contrapoderes, que hacemos un ejercicio de vigilar y controlar al poder. Eso es lo que nos designan las sociedades, que los periodistas seamos veladores de la democracia, que seamos los ojos y oídos de una sociedad. Desde este punto de vista, me paro a ver y a tratar de denunciar dónde están metiéndole goles a la sociedad, por eso voy en contravía y cuestiono fuertemente a las que hoy se llaman las grandes periodistas, como Claudia Gurisatti, que desayuna, almuerza, cena y se va de rumba con el poder. Después se da el lujo de dar e impartir clases de ética a periodista que hemos hecho de nuestra carrera un compromiso con la sociedad.

A propósito del poder, ¿en nuestro país, los medios de comunicación todavía se pueden considerar el cuarto poder?

No, hace tiempo creo que son el primer poder, especialmente la televisión. Hoy, la televisión es la Ministra de Educación en América Latina. Éste es el medio por donde dice la gente que se informa, que se genera opinión y unos supuestos imaginarios. Ahora bien, vale la pena analizar qué televisión tenemos acá. Tenemos una televisión sin documentales, una televisión que no aporta casi, una televisión que no tiene un proyecto de país en la cabeza.

Entonces, ¿quién dice la verdad en este país?

Para saber quién dice la verdad, creo que los colombianos deben escuchar y creerles a las víctimas del conflicto, de la guerrilla, del secuestro, de los paramilitares. Debemos hacer un ejercicio como sociedad de escucha a todas las víctimas, no solamente a las afectada por un actor del conflicto. Creo que esa verdad la debemos entender y analizar para trata de construir el país que le queremos dejar a nuestros hijos. En Colombia serían más creíbles nuestros medios de comunicación, sobre todo los de la televisión, si no pertenecieran a grandes grupos económicos. Por ejemplo, en otros rincones del mundo hay grandes monopolios dedicados exclusivamente a los medios de comunicación. En cambio, en Colombia, grandes grupos económicos dedicados al azúcar, a las gaseosas, a los aviones, a la construcción, en fin a mil cosas, tiene como herramienta de la empresa a los medios de comunicación y eso creo, no le hace bien a la democracia, no genera una calidad informativa. Ojalá, tuviéramos más medios de comunicación, más canales de televisión, más revistas. Soy un convencido que entre más medios de comunicación hayan, mejor la calidad informativa de una sociedad y así se cualifica la democracia.

Y los medios alternativos en Colombia, ¿qué papel juegan?

Veo muchos medios alternativos hablándole solamente a su tribu, cuando la función como medios alternativos debiera ser atraer otros públicos, otras audiencias. En ese proceso uno ve que desperdician grandes noticias. Creo que los medios alternativos hoy, y esto lo digo sabiendo que me pueden lanzar tomates, debieran hacer una gran coalición para generar un gran medio a nivel nacional, que tuviera repercusión sobre la opinión pública y que generara opinión sobre las otras agendas del país.

¿Cuáles son esas otras agendas?

Creo que hay otros sectores del país que quieren leer y escuchar sobre otras cosas. Por ejemplo, cuál puede ser la agenda de la paz, cuál puede ser la agenda del pos-conflicto, cuál es la agenda de los recursos naturales, cuál es la agenda del agua en Colombia, cuando sabemos, y así lo han dicho diversos analistas internacionales, que las próximas guerras del mundo serán por el agua y Colombia hoy es una potencia hidrográfica. Sin embargo, nadie habla de esos temas.

Ahora bien, ¿por qué amenazan y persiguen a periodistas y medios de comunicación, tan poco populares y masivos, como ustedes?

Precisamente me he hecho esa pregunta en las últimas semanas. Hollman Morris se ha convertido en víctima. Me di cuenta que desde 2004 mis padres, hermanos, cuentas bancarias, el colegio de mis hijos, mis llamadas, toda mi vida estaba controlada de manera ilegal. Entonces me pregunto, ¿cuál ha sido mi pecado? ¿Tener un programa de televisión ¡a las once de la noche!? Un programa que denuncia las atrocidades de un conflicto y la barbarie de todos los bandos. Les resulta supremamente incómoda cualquier mínima divergencia con la política oficial. Me di cuenta que para el señor Noguera, para el señor José Miguel Narváez, para el señor Jaime Ovalle, soy, textualmente, “un blanco político”, un blanco al cual le tiene que hacer inteligencia y desestabilizar psicológicamente.

LA EDUCACIÓN EN BLANCO Y NEGRO

¿Cómo hacer para que la gente joven se interese por lo que pasa en el país?

Hay que enamorar a los jóvenes. En este momento hay una juventud colombiana que está esperando que una izquierda la enamore, que una izquierda salga de esas peleas entre caudillos y salga a proponerle cosas a esa juventud. Desde la derecha veo que hay jóvenes interesantes que enamoran y llaman a otros que se identifican con ellos, como Gina Parodi, como un Simón Gaviria, como Manuel Galán, el mismo David Luna. Pero también creo que algunos jóvenes colombianos, hoy están pegándose a un proyecto de guerra y de odio, porque desconocen precisamente la historia del país y creen que es bueno apostarle a la guerra porque sí. Creo que hay un sector del país que está en deuda con inventarles sueños a esas nuevas generaciones de colombianos.

¿Qué aciertos y desaciertos tiene el sistema educativo colombiano?

Creo que la academia colombiana sigue yendo por un lado y la realidad del país por otro. Todavía no hemos logrado que la academia se meta de nuevo en los debates nacionales. La academia debería ser un punto de calma, de apaciguamiento, de análisis para muchos de los debates nacionales. Pudiera ser una voz que irrumpa con fuerza.

¿Qué cátedras obligatorias deberían tener toda carrera universitaria?

Para mí, grandes dosis de Historia. Todas las carreras, todo profesional colombiano que sea llamado a cambiar la historia de este país, que sienta la inclinación de construir un país incluyente y más democrático, tienen que recibir grandes dosis de historia de este país. El arquitecto, el odontólogo y qué se decir de los futuros periodistas. A esa cátedra la acompañaría con otra de Responsabilidad Social. Ojalá las grandes universidades de este país pudiéramos hacer el ejercicio de vincular al estudiante todos los días con la realidad de los sectores más humildes, de los sectores más desfavorecidos, de los sectores afrocolombianos, indígenas, para que cada día el futuro profesional colombiano se sienta orgulloso de ser colombiano, pero que se sienta orgulloso en la medida que se sienta un poco de indígena, afrocolombianos, campesino, que se sienta conectados con esas realidades de país.

LA CONTRAVÍA POLÍTICA

En las próximas elecciones, ¿quién sería un buen candidato para la presidencia de Colombia?

Yo me aparto de todos los candidatos que como loros repiten: “seguridad democrática, seguridad democrática, seguridad democrática…”, es el caso de Noemí Sanín y de Juan Manuel Santos. Yo soy de los que creen, que la seguridad democrática tiene unas profundas deudas con Derechos Humanos y no se puede repetir. Me inclino más por una propuesta que surge desde el Polo o surge desde Mockus y Fajardo. De una seguridad donde prevalezca, primero, el respeto a los Derechos Humanos y segundo, donde el verdadero tanque de guerra, que hoy necesita Colombia, sea la educación. Esa es, a mi manera de ver y creo en ella, la fórmula para desactivar parte del conflicto. Si se pudo incrementar, en no sé cuántos puntos del PIB se destinaron para la guerra, esos mismos puntos destinarlos para la educación. Según los matemáticos, Antanas y Sergio, con esa destinación ni un solo colombiano se quedaría sin educación. Le apuesto a eso, a esa seguridad.

Sin embargo, hay muchos que aseguran que ganará de nuevo un modelo de gobierno uribista, ¿usted qué opina?


Lo que dicen las encuestas es que ganará la propuesta de Juan Manuel Santos. Pero aquí vale la pena hacer el siguiente ejercicio. En 1989 la máquina de muerte del paramilitarismo asesinó a tres candidatos presidenciales. En ese entonces nos inventamos la Constitución del 91 para detener la oleada de sangre y crear una Constitución que le aportara a la paz. Pasaron 10 años y el paramilitarismo se fortaleció. El narco-paramilitarismo logró en el año 2000 ocupar el 35% de Congreso de Colombia, lograron refundar el país a costa de miles y miles de muertos. Hoy, en las elecciones pasadas, vimos cómo los partidos políticos que promueven la propuesta de Álvaro Uribe Vélez, son los partidos políticos que más representantes, ellos o sus familiares, están involucrados con la propuesta del narcoparamilitarismo. Es decir, eso no lo puede repetir Colombia. Pero todo indica que este es un sector que ha venido ganando, a costa de muertos y de mucha sangre, el poder. El reto ahora es que los colombianos, y sobre todo los jóvenes, renuncien a la guerra. Este país no se puede construir por la senda del odio.

Finalmente, ¿qué viene para Hollman, después de los tres capítulos que le restan a Contravía, debido a problemas de financiación?

(…) Uhmm, bueno, toca volver hacer la tarea. Escribir proyectos y, a lo mejor, realizar la propuesta que un amigo me sugirió, de crear en Facebook una Minga, una Teletón, con el fin de recoger fondos para cada capítulo de Contravía. Ahora, estoy aprendiendo inglés, pues este año me anunciaron que había ganado la Beca Nieman Foundation, de la Universidad de Harvard para estudiar un año periodismo.

BONUS TRACK

Libro: Manual de tolerancia de Héctor Abad Gómez
Película: La vida es bella
Artista musical: Grupo Niche y la salsa en general
¿A quién quiere darle clavo? A Uribe. El presidente Uribe tiene que responder por lo hecho por el DAS. Él es su jefe inmediato y el país está esperando una respuesta. Uribe no puede salir limpio del escándalo del DAS.