El periodismo, mi ramera favorita

Columna Semanal
Revista El Clavo

Desde la semana pasada gracias a la torpeza que tengo para caminar a oscuras, ando con un yeso en mi mano que, según el médico, “sellará el túnel metacarpiano del quinto dedo” de mi mano derecha y por ahí derecho mis ganas de escribir. Pues desde entonces, no soporto el problema psicomotor que tengo entre el teclado y los dedos tiesos. Por eso, he decidido durante estos 25 días, escribir sólo lo estrictamente necesario —crónicas, cuentos y columnas—, para darle paso a la lectura. Es bueno, de vez en cuando, leer algo más que los e-mails de la ola verde que todavía me llegan.

Cumpliendo juiciosamente mi nueva actividad, encontré en mi biblioteca un libro de Ryszard Kapuscinski —no se preocupe si no sabe leer el nombre, mi polaco tampoco es bueno—. El libro era Los cínicos no sirven para este oficio. Sobre el buen periodismo. Un título que atrajo mi atención, aquello de “el buen periodismo” me vendría bien. El texto, lejos de ser un manual —que anhelaba—, es el recuento de un conversatorio dado, en 1999 en Italia, por este gran periodista polaco, experto en los conflictos tercermundistas y en vivir viajando-escribiendo.

Para mi asombro, aquel libro no trataba temas ajenos a mi condición de ingeniero-periodista, por el contrario reafirmaba varios hechos de los que he sido testigo y partícipe. Entre los temas a resaltar, está que el periodismo dejó de ser de los periodistas y pasó a manos de los empresarios. Desde la segunda mitad del siglo XX, especialmente en los últimos años, tras el fin de la guerra fría, la información se cotizó y todo gracias al espectáculo. Y mi papá diciendo que había botado su plata porque no me dediqué a la ingeniería.

Es por eso, que a partir de ahí, grandes empresarios, no importa de qué rama: banqueros, aseguradoras y hasta compañías de gaseosas, se dedican a hacer periodismo, quiero decir: a vender y comprar gracias al periodismo, sin tener que saber de él. Con esto, no quiero demeritar la labor que tienen estos empresarios para conseguir nuestro cheque mensual, sino exponer el problema de fondo que vivimos los primíparos de este oficio al encontrarnos con directores de medios que nada saben de periodismo. Alguna vez fui uno de los que no sabía de ninguna de las dos, cuando dirigí la Revista El Clavo, pero procuraba improvisar más en el cuento del periodismo.

Hacer negocio con el periodismo no tiene ningún problema, lo grave es dejar a un lado a los grandes periodistas que pueden enseñar a los novatos sobre cómo hacer este oficio y reemplazarlos por ingenieros, administradores y hasta publicistas, que se suponen saben hacer billete. Un despropósito que no parece tener reversa.

Ya decía yo que esto de tener tiempo de ocio por mi incapacidad me iba a traer problemas, pues por andar leyendo pendejadas ahora resulta que no sólo mi papá sí perdió su billete, sino que tendré que ponerme de nuevo el traje de empresario para tener un futuro estable en esto. Bueno, espero que la terquedad característica de los ingenieros me sirva para seguir dedicado a escribir y viajar como Kapuscinski, Gay Talese, Tomás Eloy Martínez o el mismo paisano de Alberto Salcedo Ramos, de quien les recomiendo su más reciente crónica sobre Diomedes Díaz.

ADANES: El retrato del fruto prohibido en la actualidad

Artículo publicado en la edición más reciente
de la Revista El Clavo, Ed 52.


En algún momento todos hemos escuchado sobre el mito de la creación que asegura que al inicio de los tiempos solo existían Adán y Eva. Una pareja exhibicionista que se paseaba desnuda entre animales en un lugar llamado El Paraíso. Sin embargo, pocos deben conocer un sitio de encuentro sexual masculino, donde los trabajadores se exponen desnudos colgados a los árboles. Pues bien, este paraíso contemporáneo, a pocos minutos de Cali conocido como El Valle de las Ninfas, es el escenario que inspiró a Henry Narváez para su primera exposición individual de fotografía que explora el desnudo masculino.

“Cuando supe de ese lugar, —afirma emocionado Henry— tenía mucha curiosidad de conocerlo. Por eso, busqué la manera de ir y contacté a personas cercanas que lo frecuentaban. Ahí, me encontré con un sitio donde había manes desnudos en los árboles, quienes esperaban por su cliente para negociar con él e irse a ‘tirar’ al río. Esa imagen inicial me pareció muy interesante, pues ahí se creaba una cuestión muy tremenda con el mito del fruto prohibido y el árbol”. Desde ese mismo momento, febrero de 2007, este artista caleño se dio a la tarea de crear una obra a partir de lo que estaba viendo. Por su cabeza pasó la idea de documentar el lugar y hacer un reportaje fotográfico de lo que sucedía, pero rápidamente se deshizo de ella por razones estéticas, pues no hubiera tenido el mismo resultado, de haber tomado fotos a escondidas detrás de un matorral.

De esta manera, y gracias a los referentes de grandes maestros del arte como Francisco de Goya (España), Pedro Nel Gómez y Luis Caballero (colombianos), Narváez comenzó a tomar fotografías con modelos en diferentes paisajes del Valle del Cauca (Colombia), Tequila y Temacapulín (Jalisco, México), quienes se montaban a los árboles para que el fotógrafo jugara con la luz natural y recreara diferentes figuras corporales, que narran, “de cierta manera, historias de la violencia que padecemos los colombianos, sin necesidad de mostrar sangre”, afirma el autor.

Henry Narváez ha sido un estudiante atípico de Licenciatura de Artes Plásticas, en el Instituto Departamental de Bellas Artes en Cali, pues en los cuatro años que lleva de carrera, hizo un año de intercambio en la Universidad de Guadalajara (México), dos exposiciones individuales, incluyendo “Adanes”, que estará expuesta hasta el 20 de junio de 2010 en la sala José Celestino Mutis de la Biblioteca Mario Carvajal de la Universidad del Valle, además de haber sido invitado a cuatro exposiciones grupales en México y Argentina.

Ahora los caleños tienen la oportunidad de ver “Adanes”, otro de los frutos de su afanosa carrera que no ha necesitado de obtener un título profesional para ir explorando su camino con diferentes técnicas, que van desde la pintura hasta la fotografía. Un artista que está atento a todo lo que sucede a su alrededor y que en esta ocasión se arriesgó a exponer al desnudo, los mitos de una sociedad puritana y excluyente, para la que el cuerpo no es más que la cárcel que esconde la desnudez de sus contradicciones.

De música ligera... y reencauchada

Últimamente me he dado cuenta que en la música pasa lo mismo que en la religión y la política, nadie puede discutir sin levantar ronchas. Es muy bravo hacerlo cuando uno es verde y el otro naranja, o cuando alguno es hincha del Divino Niño y otro del Gordito Buda.

Sin embargo, de mis problemas con la religión y la política he salido bien librado, porque mi ignorancia en estas materias ha hecho que la otra persona se sienta bien. Por ejemplo, al hablar de Jesús, siempre pregunto ¿cómo es que saben tanto de él? ¿Dónde puedo encontrar la receta para convertir el agua en vino? En cuanto a la política, las discusiones son más cortas, porque cuando pregunto por el pasado de algún político, la memoria falla y rápidamente pasamos a hablar de temas menos banales.

Ahora bien, en las discusiones sobre música mi suerte ha sido otra. Resulta que desde niño soy sordo. Aclaro, no es que carezca de este sentido, sino que para la música lo tengo negado. Recuerdo que comencé escuchando jazz, debido a mi afición por aprender saxofón, pero el precio del instrumento me llevó a los encantos de las baladas y el rock, que eran más fáciles de interpretar en una guitarra —de la cual sólo aprendí dos acordes—. Fue así como continué mi búsqueda en la prosa ecológica de Maná, el ensordecedor bullicio de los Rolling Stones, las verdes notas de Fito Páez, las enredadas poesías de Luis Alberto Spineta y los cueros de Héctor Lavoe, Rubén Blades, Tito Puente y Los Hermanos Lebrón.

Actualmente, estoy en la era de los ritmos de nuevas bandas, con tan buenos resultados que me he vuelto fanático de varias y manager de una de ellas: Pico y Placa (por favor no les cuenten mis problemas de oído, porque seguro me echan). Volviendo al tema de las discusiones musicales, hace poco me atreví a sostener una con melómanos salseros —de los que todavía escuchan LPs—, defendiendo las mezclas de géneros. Pues, creo que la música, como todas las artes, se pueden reinventar.

Ésta discusión la viví el fin de semana pasado cuando invité a estos salseros a la grabación de videoclip de la versión rock de “La Temperatura”. Un clásico de Los Hermanos Lebrón, que la banda caleña Pico y Placa interpreta como homenaje a estos dinosaurios de la salsa. Varios de ellos se alarmaron al oír esta amalgama de géneros de raíces negras, argumentando que era un sacrilegio. Sin embargo, contraataqué al contarles que el mismísimo José Lebrón —compositor de la canción— la catalogó como encantadora, al punto de considerarla mejor que la interpretada por ellos. Todavía tengo mis dudas si esa afirmación la hizo por cortesía con los pelaos, cuando se la presentamos, o porque no ha dejado de tener el tino para el rock, uno de sus géneros favoritos.

La verdad, no sé si logré convencerlos, lo que sí puedo afirmar es que soy un defensor de éstos despropósitos, pues considero que al hacer covers, respetando la letra y estructura de la canción, se logra llevar la música a nuevas dimensiones, donde los sordos escuchamos mejor.

Bonus Track: Como manager responsable, y para que ustedes se instruyan de mi sordera, aquí les dejo el link de esta versión rock de “La Temperatura”.

Soy un ciber-adicto amateur

Columna de esta semana,
publicada en ElClavo.com


Debo confesar que hace poco me di cuenta de mi adicción. Todo comenzó cuando decidí dedicarme a escribir. Desde ese momento, vivo prácticamente sentado frente a mi laptop —es vital manejar el bilingüismo en este ciber-mundo—, conectado permanentemente con mis fuentes de la web. Como parte de mi desintoxicación, argumento que el mayor interés que tengo en la escritura y el periodismo está en el trabajo de campo. Sin embargo, es inevitable la visita a San Google.

Mi problema se intensificó cuando decidí entrar en la era BB (BlackBerry). Ahí sí, me volví presa fácil de los emoticones, el PIN —quiero decir el BB PIN—, los e-mail y hasta los juegos en red. Mejor dicho, estaba alunizando en un terreno fértil para perder el tiempo. A pesar de que todos mis contactos tenían respuesta inmediata de sus mensajes, yo estaba cada vez más lejos de ellos. Llegué incluso a tener problemas con mi novia, porque había desarrollado la facultad de charlar con ella mientras ‘chatiaba’ con otro. Para mí era una virtud y no un defecto, ¡podía hacer dos cosas al tiempo! Pero, cuando ella prefirió enviarme un emotibeso, en vez de dármelo, supe que debía ir a Ciber-Adictos Anónimos.

Durante las sesiones de mesa redonda con los otros CAA, el diagnostico fue alentador: éramos ciber-adictos amateur. Eso quería decir que todavía deseamos el contacto físico. Y era obvio, ninguno lograba imaginar vivir una relación con su novia a través de una pantalla. Nada como el contacto físico. Nada como una conversación frente a frente. Nada más emocionante que oler y sentir.

Sin embargo, estando en este centro de rehabilitación, supe que existen engendros que evitan a toda costa cualquier contacto físico. Estos chinos son conocidos como Hikikimoris. Unos extraterrestres ojirasgados que se están multiplicando con cada nueva versión del Windows, que se relacionan gracias a las genialidades de Mark Zuckerberg (creador del Facebook) y las destrezas de Steve Jobs con su i-Pad. Como terapias de choque, nos hicieron ver videos donde dramatizaban la vida de aquellos amantes de la tecnología y la noche.

Son chinos entre los 15 y 25 años, que representan claramente cómo funciona un parásito. Resulta que debido a su afición por la red, dejan de salir a la calle y de ir a cualquier lugar más allá de su habitación —con baño—. En el día duermen, para evitar contacto con su abuela, madre soltera o padre ejecutivo. Y en la noche se levantan para tener su rutina. A eso de las 10:00 pm abren los ojos, hora ideal para evitar contacto con algún familiar. Luego de desayunar un sándwich saludable y lavar meticulosamente sus dientes —evaden ir al médico u odontólogo—, entran en la red. A eso de la media noche tienen su contacto sexual de rutina, luego se van de farra a dar bala en algún valle de un video juego. Entrada la madrugada almuerzan e ingresan a foros para saber qué hay de nuevo en la red. Finalmente, si la cuerda les alcanza o el día lo amerita, rematan con otro encuentro sexual, justo antes de que salga el sol.

Hoy tengo que agradecer a mi terapeuta, pues como tratamiento debo procurar mucho contacto físico… Espero no sea un nuevo problema con mi novia.

¡Por fin comenzó el Mundial!

Columna de opinión de esta semana,
publicada en ElClavo.com


A eso de las nueve de la mañana, este viernes 11 de junio, se dará el pitazo inicial en el cotejo, Sudáfrica versus Méjico, para así abrir oficialmente el decimonoveno Mundial de Fútbol. Un Mundial al que afortunadamente no va la Selección Colombia, pues así disfrutaremos de una primera ronda sin hacernos ilusiones y volver a sufrir un ridículo nacional.

Debo advertir que soy hincha furibundo de nuestra selección, por eso, lo anterior lo escribo con mucha tristeza, pues me gusta sufrir. Esto lo pueden corroborar mis amigos, quienes me vieron apretar nalga hasta último momento en la eliminatoria para Sudáfrica 2010, soñando con que los resultados nos iban a dar, tal como lo hice en la Liga Postobón con el Deportivo Cali. Bueno, ahora tocará vivir la agonía con Honduras, por aquello de que Reinaldo Rueda dirige dicha selección, y así no perder la costumbre de soñar con el triunfo, sabiendo que la derrota es un hecho.

Con el tema de la pasión mundialista tengo mi teoría. Si bien son muchos los que se declaran seguidores de este deporte y en nuestra sociedad nada es más fácil que armar un picado con cuatro piedras y un balón rucio en cualquier calle del país, creo que en mi generación —aquellos nacidos a comienzo de los 80— el sentimiento de frustración y admiración por los mundiales tienen otra motivación.

Resulta que nuestra niñez la vivimos siendo testigos de los fracasos de la Selección Colombia en los mundiales. Aunque no perdíamos el tiempo siguiendo las eliminatorias —pues para nosotros era casi lógico que Colombia fuera al Mundial— no podíamos dejar de verlo por televisión, más cuando Pelé había anunciado que Colombia podía ser campeón mundial. Una ilusión que se convirtió en obsesión, al punto que fuimos de nuevo protagonista de otra vergüenza mundial, cuando se cometió el asesinato de Andrés Escobar, en medio de USA 94.

Ya en nuestra adolescencia, siendo más conscientes de las sensaciones que producía este deporte, vimos en Francia 98 el preciado gol de “Calimenio”, que no nos alcanzó para pasar a segunda ronda. Sin embargo, ninguno sospechaba que este sería el inicio de nuestra zozobra frente al televisor, pues desde entonces no volvimos a asistir a ningún Mundial y ahora, lo lógico es que no vayamos. Admiro a los amigos que en ese momento sacaron al fútbol de sus vidas, pues cada cuatro años no sienten un vacío cuando no escuchan nombrar a la Selección Colombia entre los 32 equipos participantes.

Ahora bien, como fútbol-adictos que somos, celebramos que esta semana comience el primer mundial con sede en un país africano, donde la tecnología, las millonarias nóminas y las estrellas, prometen un evento deportivo mejor que el anterior.

En cuanto a nuestra Selección, habrá que esperar los frutos de la novedosa contratación de Hernán Darío Gómez. Un técnico histórico, por sus glorias en la época de mi niñez y el fútbol de antaño que sabe dirigir, quien tiene como tarea llevarnos al próximo mundial, donde Brasil no jugará las eliminatorias por ser el país anfitrión. Espero que esta ventaja nos sirva de algo, en caso contrario, no descartemos la idea de convocar de nuevo al Pibe Valderrama. Recuerden que el Pipa de Ávila regresó al fútbol colombiano y marcó gol. ¿Por qué no el Pibe? Yo doy mi voto a favor. Todo con tal de volver a sufrir, como Dios manda, la primera ronda de un Mundial de Fútbol.

Las encuestas sí existen

Aquí les dejo mi primera columna de opinión,
que seguirá publicando semanalmente en elclavo.com.
Pronto publicaré textos exclusivos para el blog.



El fin de semana pasado comprobé que el mito de las encuestas es una realidad. Como cosa rara, este viernes estaba de visita donde mi abuela, cuando de repente sonó el teléfono. Eran las tres de la tarde y mi paso por el apartamento sólo tenía como excusa recoger un libro, sin embargo ante la insistencia del teléfono y la ausencia de alguien más para contestar, levanté el auricular y atendí la llamada. Al otro lado de la línea estaba una mujer con voz de recepcionista de hospital, de esas que tienen un tono cantadito, preguntando por mí. De la intriga que me producía saber por qué me llamaban a esa casa, pasé a la sorpresa cuando me dijo: “… lo llamamos para hacer un sondeo de opinión sobre política. ¿La opinión que usted tiene sobre el presidente Álvaro Uribe Vélez es favorable o desfavorable?”, en ese momento, salté de la emoción, pues era la primera vez que me encuestaba e iba a ser responsable de bajar un poquitico los niveles de popularidad de Uribe, al contestar, con voz gruesa y segura: “Mi opinión es MUY desfavorable”.

De ahí, siguieron varias preguntas sobre los seis candidatos presidenciales (pobre Devia, Calderón y Araújo, ni en las encuestas telefónicas los incluyen) donde averiguaban qué pensaba de ellos, de sus propuestas y por quién iba a votar. De nuevo me emocioné al contestar que sería por Mockus. Luego de todas las preguntas, que no tardaron más de cinco minutos, me invitaron a una charla al día siguiente sobre el sondeo que me acababan de hacer, para analizar cómo ha sido la aceptación de las campañas de los candidatos en personas del común. Acepté con gusto la invitación y las condiciones que la mujer me advirtió, pues me dijo que no podía decir que trabajaba como periodista, sino que era simplemente Ingeniero Electrónico “independiente” —por fin mi carrera me servía de algo— y que debía estar el sábado, un día antes de las elecciones, a las 3:40 p.m. en el Hotel Intercontinental de Cali.

Cuando terminé la llamada, todavía me temblaban las manos de la felicidad de haber respondido con toda honestidad —por fin entiendo un poco cómo se siente Mockus después de cada entrevista—. Unos segundos después, me asaltó la siguiente duda: ¿por qué un día antes de las elecciones alguna firma, que no me quisieron dar el nombre, haría una encuesta y para qué, si ya no lo podían publicar? No quedaba otra que ir y averiguarlo.

Nos ubicaron en un pequeño salón a diez personas con una de esas psicólogas que no paran de sonreír y que logran mantener todo el tiempo el tono de voz cantadito de recepcionista. Estoy seguro que fue ella misma la que me había llamado el día anterior. Después de saludarnos, aclaró que no era una reunión para persuadir nuestra intensión de voto, sino un encuentro para escuchar nuestras opiniones sobre cómo están funcionando las publicidades de los candidatos (aunque a esa altura de las elecciones ya no tenía sentido). Luego de pasadas dos horas, donde nos habían bombardeado solamente con publicidades de Juan Manuel —confieso que el trabajo de JJ Rendón casi logra sensibilizarme—, me di cuenta que estaba participando en un sondeo mandado a hacer por la campaña de Santos. Curiosamente, la mayoría del grupo confesó que votaría por Mockus, tal como yo lo había hecho un día antes por teléfono, y defendió a capa y espada su voto. Sin embargo, debido a nuestra inocencia sobre las verdaderas intensiones de la reunión, les dimos muchos tips de porqué la publicidad de Mockus sí llegaba a la gente (por lo menos a los que estábamos ahí) y por qué nadie le creía a Santos cada vez que daba discursos, a pesar de estar bien preparados.

Al salir de la reunión, con un bono de $30.000 como regalo por haber asistido, el cual terminé dándoselo a mi abuela, iba pensando en que ya podía decir que las encuestas sí existen y que hay campañas que las mandan a hacer para cuadrarla a su amaño. Por eso, no me sorprendió tanto la enorme votación que tuvo Juan Manuel Santos el pasado 30 de mayo, pues si fue capaz de utilizar conejillos de indias verdes para mejorar su publicidad, qué tanto habrá hecho para convencer a votantes de poner una cruz en la cara de él y de Angelino. Una cruz que ojalá no vayamos a tener que cargar los próximos cuatro años.