Marbelle vs. Natalia Paris


Columna Semanal
Revista El Clavo

A simple vista esta comparación puede resultar odiosa y sensatamente absurda. Lo entiendo y créanme que hasta la semana pasada estuve de acuerdo. Pero después de apreciar a Naty Paris en cueros, gracias a las astucias de la Revista SoHo, no pude evitar pensar inmediatamente en lo parecida que es a Marbelle: otra hermosa mujer que había posado desnuda en más de una ocasión para la portada de esta publicación.

Ya imagino los madrazos que me debo estar ganando por tan osada comparación. De antemano quiero ofrecerles mis más sinceras excusas a todos los seguidores de Marbelle por mi atrevimiento, aunque espero convencerlos de que no es un insulto referenciarla con la desnutrida paisa; una modelo que todavía no ha sido merecedora de una telenovela y que, si acaso, sólo ha protagonizado escándalos mafiosos, chistes flojos y un par de películas (una de ellas todavía está En Coma).

Sin más rodeos, comencemos por lo obvio, ambas son divas que se han preocupado y destacado por su físico, basta con valorar sus curvas acentuadas por el bisturí para darse cuenta. Lamentablemente fueron atendidas por diferentes cirujanos. Éste podría ser un primer punto de discordia, pues uno de ellos confesó ser seguidor del arte fantástico y lo imprimió en el trabajo con la reina de la tecno-carrilera. Pero no nos pongamos con pequeñeces, tanto la rubia como la morena quedaron en su punto.

Ahora bien, alejándome de las banalidades de lo físico, donde queda claro que la juventud se impone —recuerden que Marbelle tiene apenas 30 años, aunque no lo parezca—, entraré a comparar sus talentos que las llevaron donde hoy están: en Teras de información de discos duros de computadores, donde no nos cansamos de guardar sus imágenes. Ojalá y pronto sigan los pasos de Luly Bosa y Ana Karina Soto para que la saquen del estadio. Bueno, retomando el tema de sus talentos resulta sencillo ver las semejanzas, las dos comenzaron muy jóvenes a mojar prensa y destacarse en su oficio del entretenimiento. Por igual asombraron con sus movimientos y destrezas ante las cámaras fotográficas. Si me apuro, advertiría que nuestra protagonista de novela podía haber sido también una gran modelo, así lo demuestran las fotos del último trabajo discográfico; unos retratos dignos de hacer parte de la sala del Museo Nacional donde reposan obras tan hiperrealistas como La Naranja de Fernando Botero.

Después de todo este balance escueto sólo me resta dedicar mi columna a estas dos mujeres que me hacen perder el sueño. La primera lo hace de una manera directa cuando por desgracia la veo actuar y sus primeros planos me atormentan la noche. La otra en cambio, se cuela en mis sueños desde hace varios años donde he anhelado haber tenido los cogones de seguir los pasos de tanto traqueto que la tuvo a su lado. Hoy nada más me quedan estos medios —impresos y virtuales— para expresar mi encanto por una paisa que podría hacerme olvidar el repudio que me produjeron sus paisanos, gracias a un enano que tuve que escuchar los últimos ocho años.

¡Gracias a las dos por existir!, sobre todo a ti Mauren Belky que con tus encantos cada vez me haces desear más a esas insípidas que no te llegan ni a los tobillos.

Ni DiCaprio ni Brad Pitt me hacen llorar

Columna Semanal
Revista El Clavo


Desde que tengo uso de razón —entre los 14 y 15 años— rondo las salas de cine, realizando mi terapia semanal de estar a oscuras viendo una película. Ya alguna vez escribí sobre ese Ritual Solitario, el cual comenzó precisamente viendo una de las películas que más lágrimas femeninas ha generado. Hablo de Titanic. Una cinta que por ese entonces era la sensación, por la cantidad de nominaciones a los premios Oscar, catorce para ser más exactos, y porque el pobre de Di Caprio moría congelado. A decir verdad, nunca logré entender por qué tuvo tantas nominaciones, ni cómo alguien podía llorar viendo a ese tipejo. ¿Es que acaso no se daban cuenta que era ficción?

Era entendible que en mis primeros años de racionalidad este tipo de manifestaciones me dejaran, por no decirlo menos, aterrado. No me cabía en la cabeza que la gente se conmoviera con Brad Pitt en la escena final de Seven, en vez de aplaudirlo por su actuación en Doce Monos. Para mí era claro que uno iba a cine a entretenerse, no a que lo devolvieran melancólico y mocoso. Sin embargo, de tantas visitas a las salas fui descubriendo que había filmes que inyectaban mugre en mi ojo y que curiosamente me alegraban la noche.

A partir de ahí, empecé la lista de películas lloronas. Una serie de títulos que procuraba repetirme a solas, con el fin de llorar tranquilo. Es que es muy bravo hacerlo a lado de tu papá o tu novia, nada de eso: “¡los hombres no lloran!”. Así que yo no lo hacía… en público. Digamos que era una especie de ceremonia de recogimiento que no necesitaba participación grupal.

Recuerdo que en los inicios de mi deshidratación, procuraba no retomar el tema de Titanic, del que tanto me había burlado, pues ya no tenía derecho. A mi favor, solo podía argumentar que casi todas mis películas lloronas eran de productoras y directores independientes. En mí no hacía efecto las fórmulas de grandes producciones, con héroes y heroínas de Hollywood, que tenía un banda sonora tipo sinfónicas. Por el contrario, eran las historias de barrios, de amigos, de seres humanos parecidos a los que me rodean, que lograban activar el llorómetro.

Aunque sé que no todos tienen la misma debilidad ocular, lograr esa reacción en un espectador es la satisfacción del deber cumplido, tal como lo hace la risa en una comedia. Es cierto que hay métodos amarillistas y público, un tanto estúpido, al que se conmueve fácil. Pero también es claro que una buena historia con elementos dramáticos bien argumentados, desenlaces sorpresivos y finales sensatos, cautivan a cualquiera, al punto que olvidamos, durante ese tiempo, dónde estamos.

Así que si usted es de los que mojan pupila y está orgulloso como yo, le recomiendo la siguiente terapia que recorre brevemente desde lo clásico hasta lo más reciente: Casablanca, Cinema Paradiso, Voces Inocentes y la película que no he podido superar a pesar de haberla visto más de diez veces: Habana Blues. ¿Cuándo será que Benito Zambrano saca su próximo filme a ver si dejo la pendejada?

¿Qué ha pasado con el cine colombiano en 2010?

Artículo publicado recientemente
en la edición 53
de la Revista El Clavo
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Durante los dos últimos años, la producción de películas colombianas tuvo un pico interesante en la cantidad de filmes realizados en el país. Este hecho, clave en la conformación del cine colombiano y la tan nombrada Industria Cinematográfica —que todavía está lejos—, ha tenido una fuerte caída en el primer semestre de este año. Si bien el 2008, con trece películas criollas proyectadas, tiene hasta el momento la medalla de oro al año con más estrenos, el 2009 no se quedó atrás al exhibir doce (incluido el documental El retrato de mi padre). Entonces, ¿qué está pasando ahora? ¿Por qué no continuamos con el ritmo? ¿Será que se está acabando la gasolina de las productoras?

Al iniciar el año, la lista de películas para estrenarse llegaba a veinte, sin embargo, hasta el momento han rodado por las salas sólo cinco, de las cuales tres son coproducciones con países como Perú, Panamá y Costa Rica. Ésta, es una de las razones de los pocos títulos colombianos en cartelera, pues normalmente en una coproducción, el país invitado es el que más inyecta capital. Hecho que le permite organizar el circuito de exhibición, donde primero se viaja a países con festivales, que llena de insignias las cintas, con las que llegan a su país, para luego ir por el público colombiano. Requisito que tienen, no sólo las empresas distribuidoras, sino el imaginario del espectador: entre más premiada sea la película, más vale la pena invertir en la boleta.

Ahora bien, las películas made in Colombia, que son rodadas completamente en el país, con el sudor y bolsillo de compatriotas, la tienen más difícil. Pues, en el proceso de producción de cada cinta hay el mismo problema: no alcanza el billete para la postproducción y exhibición. En Colombia, por una parte, la mayoría de los estímulos destinados para el cine se concentran en la preproducción y rodaje, pero son bien pocos los fondos destinados para llevarla a la pantalla grande. Por otro lado, las empresas de exhibición del país, no está teniendo buenos dividendos de estos filmes, es decir, hasta el momento, no es un buen negocio.

Frente a este panorama, no sorprende que la tendencia sea la caída de las producciones. Nadie podrá competir con los requisitos mencionados, a menos que la bolsa de dinero para la postproducción aumente o se eduque al espectador, como lo propuso Óscar Ruiz Navia (El vuelco del cangrejo) durante un cine foro que se hizo en Bogotá, sobre su ópera prima. En ese orden, sería mejor apostarle a lo segundo, pues ya es mucho cuento que exista una Ley que permita rodarlas.

Hay que educar y entender los gustos del espectador, quien siempre está dispuesto a divertirse y dejarse llevar por una buena historia. Todavía la balanza se inclina por el entretenimiento —cosa que tiene bien clara Dago García, cineasta que, durante la última década, ha hecho una película cada año—, por eso, el reto es llenar de buenas historias e identidad al cine colombiano.

El camino no es inundar de cintas que duren una semana en cartelera y ya. Lo ideal será celebrar dentro de poco el pódium del año con películas colombianas que tuvieron más de cinco millones de espectadores, así sea que se estrenen seis al año.