Los lectores que no leen

Columna Opinión
Revista El Clavo


Hace algún tiempo, mientras editaba la revista El Clavo, tuve una discusión acalorada con un escritor que vertiginosamente había ascendido hasta el Consejo Editorial. A decir verdad, fui uno de los que abogué para que entrara, sin imaginarme que iba generar más problemas de los encontrados en la mala redacción de los escritos que llegaban.

Todo sucedió cuando le entregué el Manual Editorial de la Revista, donde se expone, además de otros pormenores, que “(…) Se recomienda a los escritores que antes de escribir para la Revista piensen que: (…) Los que leen El Clavo son estudiantes universitarios y de colegio, que no tienen la lectura como hábito…”. Frente al enunciado, que me parecía de lo más coherente con las estadísticas de lecturabilidad, el novato presentó airadas protestas. Argumentó que ya no haría parte de la Revista porque no deseaba ser leído por quienes no leen y, concluyó tajantemente, que era una estupidez hacer una revista para no-lectores.

Antes de aceptar su renuncia traté de persuadirlo, pues considero que es una pluma prometedora. Refuté su rabia invitándolo a un café y explicándole que lo que se pretendía era incitar a los escritores para que redactaran textos con prosa sencilla y atractivos al público joven. Quise darle a entender que los lectores que sí leen ya los teníamos cautivos y que queríamos llegar al resto del mercado, para ver si le arañábamos un poco de su mesada, que destinaban responsablemente a las cervezas. Sin embargo, de nada sirvió la inversión del café, sus argumentos fueron más sólidos y hoy, estoy de acuerdo con él.

En ese momento, era descifrable mi posición. No quería dejar ir un buen escritor y debía cumplir con un Manual, que era mi camisa de fuerza. Cuando comenté al Consejo Editorial el motivo de su renuncia, todos prácticamente se burlaron por tan ilógica decisión e inocentes argumentos. Pero, el ñoño-lector que tengo adentro había quedado muy decepcionado. ¿Realmente teníamos cautivos a los lectores-lectores? ¿Sería que tenía lavada la cabeza? Después de esto, ¿podría seguir como Editor?
Pues bien, ahora sé que es un absurdo pretender que los lectores sean un nicho de multitudes. Nunca lo han sido, ni lo serán. Entonces, ¿cómo competir entre los medios impresos y los audiovisuales, que se suponen son los preferidos? Martín Caparros dice, en el prólogo del libro Las mejores crónicas de Gatopardo, que con la aparición del Cine y la Televisión “muchos supusieron que la escritura era el modo más pobre de contar el mundo: el que ofrece menos sensaciones de inmediatez, de verosimilitud. La palabra no muestra: construye, evoca, reflexiona, sugiere. Ésa es su ventaja”.

Como herencia de mi tiempo de editor, eliminé ese argumento del Manual. Primer paso para desvirtuar la idea del lector-no-lector. No es gran cosa, pues hoy en esta Revista, y en la gran mayoría, hay cada vez menos espacio para el texto y más para la imagen. Una decisión que va de la mano con el mismo argumento. Afortunadamente, todavía hay publicaciones para ñoño-lectores como Gatopardo y El Malpensante, que dan espacio a textos de largo aliento. Ahora que recuerdo, no soy suscriptor de ninguna. ¿Será que cancelo las de SoHo, Playboy y Donjuan para hacerlo en estas revistas?... Difícil paradoja, mejor las sigo leyendo por Internet.

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