Producto de varios amaneceres

A Carlitos.

Por invitarme, por leerme

y por ser un gran amigo.


Hace algún tiempo, escribiviviendo en las madrugadas, se engendró y parió “Sombras de un amanecer”, un cuento corto que hoy está de celebración por el reconocimiento que tuvo en el “ART NALON Letras. Concurso Internacional de Cuentos cortos, cortos 2007", donde logró colarse, primero que todos sus otros hermanos cuentos, en las hojas de un libro.

La historia de cómo llegó el cuento a participar en este concurso, se remonta al día en que por MSN Carlitos Torres Tangarife, me contó del certamen y, como por no dejar, yo me inscribí. Decidí participar con “Sombras…” porque le tenía un especial cariño, que ahora se transformó en amor.

El premio al que se hizo merecedor el cuento fue haber sido seleccionado, entre muchísimos cuentos enviados desde todos los países de lengua castellana (el único colombiano), como uno de los mejores 15 cuentos, que posteriormente se publicaron en el libro que ahora tengo en mis manos.

Aquí la portada del libro, la carta que me enviaron para anunciarme la noticia y, por supuesto, el cuento para que lo lean.

Sombras de un amanecer

Ubert se acaricia la barba y finge pensar en ella. Ella se masturba sin pensar en él. Los gritos inundan el lugar. La escena que ha venido repitiéndose cada fin de semana, en esta ocasión tiene algo extraño que no funciona. Ubert no logra concentrar sus fuerzas para hacer circular la sangre que lo haría feliz y ella está más distante que siempre. Él mantiene la posición de espectador único sin dejar de frotar aquella barba desordenada que desde hace unos días crece sin problema.

La noche húmeda trae consigo un olor que enferma a Libia, una hermosa mujer dedicada al hogar. Lleva dos horas esperando para cenar con los suyos, pero el acelerado paso del tiempo y la temperatura de los alimentos, le sugieren que ya es tarde para comidas familiares. Libia se dirige a la cocineta del apartamento para comer sola. El espacio es reducido, lleno de amor y pequeños detalles. Su rostro alegre contrasta con el aspecto de la comida fría que parece un embutido para gatos. Sirve en un plato metálico un par de cucharadas del mazacote y se sienta a comer.

Salir a caminar bajo la lluvia, es algo que Ubert normalmente no hace, pero sentirse impotente y desilusionado de sí, lo tiene alejado de cualquier perturbación que pueda tener en su entorno. Con las manos en los bolsillos, la mirada clavada al piso y el traje emparamado, llega a un edificio humilde al que observa con nostalgia. El barrio, conocido como El Bronx por su inseguridad, en este instante, increíblemente, transpira una calma absoluta. Ubert introduce la llave cromada pintada con esmalte rojo en el portón negro de hierro y entra al edificio. Sacude el agua de su abrigo y sube cuatro pisos silenciosamente, con la idea de no ir a perturbar el sueño liviano de Libia.

Después de la lluvia pasajera, en el apartamento se siente un calor fastidioso. Libia ha dejado la ropa en el suelo, al lado izquierdo de la cama. Duerme desnuda a la espera de su esposo. Al lado derecho de la cama hay un par de pantuflas, una pijama de pantalón corto y camisilla de franela. También hay una pequeña y vieja maleta de cuero que se encuentra a medio cerrar. Libia interrumpe repentinamente su ronquido en respuesta al sonido de las llaves que Ubert introduce en el portón de abajo. Esboza una hermosa sonrisa y observa con picardía su desnudez imaginando la sorpresa que él se llevará.

Ubert entra a la habitación, cruza a tientas la cama sin observar a Libia. Con gran esfuerzo se agacha por el maletín y saca varios medicamentos. Ingiere 15 pastillas en total, luego hace gárgaras con tres bebidas y lleva un vaso con agua destilada a la mesa de noche. De espaldas a Libia, se acuesta en la cama con la ropa mojada. Ella voltea hacia él, le pasa tiernamente la mano por la cabeza y besa su hombro. Ubert voltea con desdén para responder la atención. Sin embargo, una extraña pulsación debajo de su ombligo, producida por la figura desnuda de su vieja, le transforma el rostro. El ambiente lúgubre de la habitación permite que los pliegues de la piel de Libia formen bellas figuras que excitan a Ubert. Ella, muy serena, con la misma ternura con que ha acariciado la cabeza de él y los ojos encharcados, despoja a su marido del abrigo húmedo, la camisa, la correa y el pantalón. Llevan más de 20 años sin acercar sus cuerpos desnudos.

A un par de horas del amanecer, Ubert y Libia terminan el sexo más tierno y añejo que algún habitante a esa hora pueda tener. Libia le acaricia la barba mientras sueña con él y Ubert se masturba pensando en ella.




Prostitutas Cursis

Primera confesión de esta maldita curislería
que invade a los personajes del prostíbulo más grande,
del chochal de amores estancados.

Daniela

Rodé por el abismo de la necesidad vacia de excusas y terminé en terreno de historias camufladas con entrelineas que narraban momentos mios. Momentos que desconocía mi imaginación pero que interpretaban muy bien mis manos. Un talento desperdiciado. Unas memorias guardadas en servilletas. Y una confesión de mi cursilería.

Soy tuyo

"Donde la propiedad no tiene valor y las promesas
abundan, ahí la felicidad hace al ser humano el estúpido
más feliz
. Que una sonrisa sea el pago al entregase
y
la renta, el secreto que viene detrás de esos labios ."

(Otra canción para que leean (escuchen) la banda sonora de este mes que me embruja)

Me gusta desarmarme arriba tuyo
me gusta demasiado ensuciarte
besar tu flor, inmediata, besarte atrás y adelante,
Me gusta tanto que me encanté,
que quiero hasta la locura,
desarmarme en el vaivén de tu cintura,
y remar sobre tu espalda y naufragarte,
Soy tuyo, con mi mayor convicción,
soy tuyo con toda la fuerza de mi corazón,
que es tuyo, y como cada pensamiento mío,
es tuyo , soy tuyo.
Soy tuyo, con mi mayor convicción,
soy tuyo con toda la fuerza de mi corazón,
que es tuyo, y como cada pensamiento mío,
es tuyo , soy tuyo.
Por Andrés Calamaro

Adios. Hasta Pronto. Luego nos vemos

Después de mucho tiempo de haber publicado las tres primeras partes (I,II y III), por fin ha llegado el momento de ver cómo concluye la historia.

IV

El (re)cuento de un cuento sin terminar.

Doña Paulina llega a su casa y observa con asombro el lugar. Sin pasar del marco de la entrada, la anciana escucha a la vecina, quien intenta ponerla al tanto de la situación. La verdad es que ella no sabe mucho, no fue testigo de lo ocurrido, pero hace un gran esfuerzo para que el ‘golpe’ que se llevará Doña Paulina, no sea tan fuerte. Ella no puede salir del asombro al ver su hogar. No imaginaba encontrar todo tan, como expresarlo… ¿organizado? Suponía que sería un desorden.

Cuando María le pasó el auricular a la abuela, imaginó que la noticia de un robo en su casa, sería algo que la podía afectar. Sin embargo, nunca entendió porqué le había dolido tanto el hecho, si los robos en ese barrio son comunes y ésta no era la primera vez que le sucedía.

Con desaliento y decisión, Doña Paulina avanza unos pasos hasta llegar al sillón de la sala que está delante del altar. Un espacio de la casa considerado santo, donde ella pasa la mayor parte del tiempo. El altar está adornado con dos floreros a los lados, tiene alrededor de 128 imágenes y 94 estatuillas a escala, entre las cuales se encuentran los santos más reconocidos y desconocidos. Pero hay algo que falta. En el centro del altar, donde suponía ser el espacio de la estatua más grande del sagrario, hay un vacío.

La anciana observa con tristeza su pedazo de cielo. Siente una desconcertante necesidad de reclamar por el mal trabajo de aquellos santos que permitieron el robo, pero al mismo tiempo su corazón se aflige al detallar lo desprotegido que se ve el habitad del Señor.

María Camila no deja de observar con alegría el ir y venir de los aviones. El aeropuerto es su lugar favorito. Desde ahí imagina mundos e historias inconcebibles. Hay miles de cuentos que recrea en su casa cuando visita este lugar. Sus ojos brillan con las luces de la pista y en el rostro no se puede identificar nada de lo que está imaginando.

Samuel deja caer de nuevo un par de lágrimas mientras la observa. La tristeza lo invade y verla tan fuerte lo confunde.

-¿Papi, es posible que mi mami no llegue hoy?

Pregunta inocentemente María Camila, mientras esboza una gran sonrisa.

- No linda,-contesta Samuel, mientras se limpia los ojos- el vuelo ya llegó y tu mami no tarda en aparecer por aquel túnel.

María Camila corre rápidamente, donde señaló su padre. Llega hasta el vidrio que hay en la puerta de acceso al túnel y desde ahí observa el pasillo por donde llegará. La alegría por reencontrarse con ella, al parecer, ha hecho que olvide la tragedia del día: la muerte de Luna.

Samuel se sitúa detrás de la hija y desde ahí puede observar el grupo de personas que acaban de llegar. El delgado cuerpo de su esposa encabeza el grupo. Trae una maleta pequeña en la mano derecha junto con el bolso y en la izquierda un paquete muy llamativo, que Samuel supone un regalo para la niña. Él agarra de la cintura a su hija y la sube en los hombros.

-Mira mi amor, allá viene tu mami. ¿Si la ves?, es la de blanco

María Camila sonríe y agita los brazos para llamar la atención de su madre.

- Si papi, ya nos vio.

Gabriela, la mamá de María Camila, agita el brazo donde lleva el paquete y lanza varios besos hacia ellos. Ella sigue el recorrido del pasillo que conduce a la sala donde se recoge el equipaje. Samuel y María Camila la pierden de vista.

- Dale papi, vamos a la parte de abajo, por donde sale mi mami. Dice María Camila, mientras patea con cariño a su papá como si fuese un caballo.

Samuel sigue el juego y simulando un paso fino, ‘galopa’ hacia el encuentro con Gabriela.

Son las 10 de la noche. Jacobo lleva veinte minutos en la sala de espera, escribiendo en el cuaderno unas palabras que le producen llanto. Termina de hacerlo. Seca sus lágrimas y va hacia el teléfono. En el primer piso del aeropuerto, marca de memoria un número telefónico. Espera varios segundos mientras suena el tono. Al otro lado de la línea, entre risas y algarabía, contesta la voz dulce de una mujer. Jacobo permanece en silencio, sabe que esa voz pertenece a Mariana. Intenta hablar, pero los nervios y el miedo no se lo permiten. Mariana continúa un momento en la línea insistiendo que le hablen, no encuentra respuesta. Se aburre y cuelga el auricular.

En situaciones normales Jacobo ya estaría en la sala de espera ansioso por subir al avión. Pero esta ocasión sí que ha sido una total disyuntiva. Sabe que no tiene nada que hacer en Colombia. Sabe que Mariana ya lo olvidó y no quiere verlo. Pero también sabe que es muy difícil dejar todo ese camino construido en estas tierras. Además este viaje tiene otra connotación; no hay tiquete de regreso.

Jacobo no puede ocultar, de nuevo, el llanto que se ha apoderado de él. Sin haber colgado el auricular en su puesto y con el cuaderno de Winne Pooh aferrado a la otra mano, llora como un niño. Llora como aquella noche que llegó a su casa tras haber terminado la relación con Mariana. Una noche particular donde lloró en los brazos de la mamá, quien se solidarizó sólo como una madre puede hacerlo en estos casos: en silencio y con amor.

La situación de Jacobo, aunque es muy trágica y podría robar la atención de los que están cerca, no es así. Al lado de él, está una familia –un joven, una joven y una niña- que en contraste, se abraza con felicidad, ignorando el dolor de este escritor. Tan sólo la niña, por un momento, se percata de la posición que tiene Jacobo en el suelo. Ver un hombre arrodillado en un aeropuerto, no es algo de todo los días. Sin embargo, la niña no se da cuenta del llanto y rápidamente se distrae con un paquete que tiene en las manos.

Gabriela sale por fin de la última sala que la ha separado de su familia. Los viajes en su trabajo son constantes, sin embargo no ha perdido el encanto por los rencuentros con su hija y esposo. Como es habitual corre a los brazos de María Camila, suelta lo que trae en las manos, la abraza y besa en la barriguita hasta que la niña no puede con la risa. Luego, sin bajarla, besa a Samuel en la boca, lo abraza con la mano que tiene libre y quedan los tres en un solo abrazo.

- Mis amores, no se imaginan lo mucho que los extrañé. Dice Gabriela sin dejar de abrazarlos.

- Y nosotros a ti mami. Contesta María Camila.

Gabriela baja a la niña, voltea hacia las maletas y el paquete que dejó en el suelo. Agarra sólo el paquete y tiernamente se lo entrega a la hija.

-Preciosa, toma, te traje un regalo… bueno, les traje. Dice Gabriela observando con picardía a Samuel.

María Camila toma en sus manos el paquete y se sienta en el suelo. Por un momento le roba la atención un joven que está muy cerca, el cual parece estar rezándole al teléfono. María Camila piensa que debe ser una llamada bien importante la de ese joven y aunque siente ganas de ayudarle, pues su papi tiene celular y podría regalarle un minuto, el regalo que tiene en frente no la deja hacer otra cosa que abrirlo.

La niña rompe el moño que envolvía el paquete y tira con fuerza de papel hasta quitar todas las cintas. De la bolsa sale un hermoso collar dorado, con una medalla en el centro, que tiene grabado en letras plateadas el nombre: LUNA. La niña, de espaldas a los papás, observa con asombro el regalo. Con ambas manos sujeta el collar y lo mira con tristeza. Arrodillada ahí en el suelo, levanta la carita y voltea hacia donde Samuel y Gabriela, quienes han estado a la expectativa. Samuel no ha podido saber qué es lo que contiene el regalo.

María Camila con las pequeñas manos abiertas, expone el regalo al papá. En su rostro ha desaparecido el gesto de alegría que tenía hace unos segundos. Con los ojos aguados y el seño fruncido, mira a Gabriela, quien no entiende la reacción de la hija.

- Un collar digno de la mejor mascota, que imagino hoy lo ratificó. Dice la madre, tras una tímida risa.

Gabriela estira los brazos, para ayudar a que la niña se levante, pero ésta la esquiva y clava la cabecita al suelo.

Apretando fuertemente el collar, María Camila grita, llora y patalea desconsolada por aquel regalo. El llanto ahoga sus palabras durante varios minutos. Cuando está más calmada, sin levanta la cabeza dice.

- Gracias mami por el regalo, pero Lunita no podrá lucirlo, pues las cenizas ya las tiramos al cementerios de los gatitos.



Doña Paulina lleva dos horas arrodillada frente al altar. No ha comido ni ha pronunciado palabra alguna. Tampoco ha cerrado la puerta de la calle, por donde el vecindario observa absorto la actitud de aquella anciana que parecía ser inquebrantable. Para los habitantes del barrio esto es insólito, La General nunca había dado muestras de sensibilidad por nada. Sin embargo, lo que habría de venir, nadie jamás lo soñó.

El espacio vacío del altar antes estaba ocupado por una hermosa estatua de la Santísima Virgen hecha en plata. Un hermoso trabajo artesanal que había sido importado desde Roma. Una Virgen que para la anciana tenía un valor especial (adicional al del dinero). Aquella figura de plata, era el único, de todos los objetos que había en la casa, que el propio Papa Juan Pablo II en persona, había bendecido. Un objeto invaluable.

Doña Paulina clava la cabeza al suelo, en señal de reverencia y respeto. Ahí no aguanta más. Con fuerza le pega en repetidas ocasiones al suelo y comienza a llorar desconsolada. Maldice la suerte de los ladrones. Desea con odio la muerte de aquellos que fueron capaces de robar una virgen como la suya y apetece su propia muerte. Ya no tiene nada porque vivir.

FIN


Collage

"Imágenes que hablan de gustos y encuentros.
Son frases mezcladas sin romprer fronteras.
Algo del amo y la ama. Algo de alguien para nadie".


Trece

3:00a.m.
El melodrama cuenta lo mismo y con los mismos.
Sin embargo, el melodrama sigue y seguirá iluminando
las salas del cine porque idealiza lo que todos queremos

(Una buena canción para vos, silencio que no deja escuchar el tecleo de Pepito Metralla)

Nadie sabe que hay en tu corazón,
eso es imposible saberlo amor.
Yo soy ese monstruo sin compasión,
pero también sé pedirte perdón.
Nadie sabe que hay en tu corazón,
eso es imposible saberlo amor.
Pero no me importa si estoy con vos.
Nadie sabe que hay en tu corazón.
Todo al trece y al millón, doy gracias por haberme entregado la vida.
Todo el tiempo apuesto amor.
Mala suerte, buena suerte vive solo hasta la muerte y es urgente que te encuentre.
Gracias por el beso que me hizo bien,
Y por aguantarte mi boludés
Gracias por tu risa que alumbra el sol
Gracias por amarme de corazón
Antes que me vaya a la oscuridad
Para siempre a la oscuridad
Yo voy besarnos con emoción, para no estar solo jamás amor.
Nadie sabe que hay en tu corazón.
Por Fito Páez

Adiós Mayolo. ¡Ah, dios que fuiste!


Hace seis meses (aproximadamente) viajé a Bogotá para hacer algunas de las labores periodísticas que realizo para EL CLAVO. En aquel entonces me enteré de la muerte de Jaime Osorio, un reconocido cineasta colombiano, que ‘escribió’ parte de la historia que se está formando del cine hecho por colombianos. En ese entonces me sorprendió mucho que el día de mi partida, fuera el mismo día del velorio de este cineasta. Aquella noche, lo que sería una celebración antes de mi regreso, se convertiría en un desfile de invitados cabizbajos. Todos venían de negro. Todos sentían tristeza. Todos sufrían por la muerte.

Irónicamente, o sorprendentemente. El sábado pasado (03-02-2007) cuando venía de la capital para mi natal Cali, me enteré en el último momento, que Carlos Mayolo se había muerto. No podía creer que de nuevo coincidiera mi partida, con la muerte de otro cineasta que, aunque para muchos estaba muerto hace rato, para otros era un gran maestro. Un escritor y director que -con mucho olfato- dejó un gran legado en la historia del cine en nuestro país.

Mayolo, loco, sórdido y genial. Caleño que enmarcó la ciudad en sus películas. Que en la televisión dejó huella. Y, que hoy no está.

No sé que es más triste, si la muerte que me tomó por sorpresa, o el suicidio lento -quizá nunca conciente- al que se había encaminado hace ya varios meses.

La noche del sábado estuve a media cuadra del velorio de Mayolo. No entré. No me acerqué. No tenía porque hacerlo. Mi fobia a los velorios y entierros –o el respeto-, no me permitió ver por última vez la cara, del hoy transformado, Mayolo. Simplemente pasé por ahí. Pasé en medio de los curiosos, dolientes, desconocidos, amigos y bulto de humanos. Pasé con la sensación que de nuevo la muerte se llevaba los cineastas a mi paso por la capital. Pasé dando un adiós desde lejos, para volver sorprendido de esta mala casualidad.


XCII días y medio

Relojes sincronizados y sensaciones encontradas. Felicidad compartida y puntos de vista opuestos. Mucha luz en tus ojos y tú: un sol completo. Situaciones difíciles. Un presente que presenta cuanta presencia hubo en ti –¿cuánto puedes dar aquí?–. Silencios prolongados. Escrituras a la basura de una producción en vano. Detalles a nuestra manera, cifrados, en código y en carne. Rápidos desenfrenos que son pacientes a la hora de probar la miel de estar acá, contigo, muy cerca y desnuda. Mapas de tu cuerpo recorridos con minucia para re-crearlos. Noventa y tres días esperando, contando y gozando de ti y de lo que yo he creado de ti. Enseñanzas importantes que se quedan y se pierden en los rincones de la mente. Una gran oportunidad de la cual no sé la hora de llegada. Un incierto perfecto que llena de misterio estos días encantados.