Ni DiCaprio ni Brad Pitt me hacen llorar

Columna Semanal
Revista El Clavo


Desde que tengo uso de razón —entre los 14 y 15 años— rondo las salas de cine, realizando mi terapia semanal de estar a oscuras viendo una película. Ya alguna vez escribí sobre ese Ritual Solitario, el cual comenzó precisamente viendo una de las películas que más lágrimas femeninas ha generado. Hablo de Titanic. Una cinta que por ese entonces era la sensación, por la cantidad de nominaciones a los premios Oscar, catorce para ser más exactos, y porque el pobre de Di Caprio moría congelado. A decir verdad, nunca logré entender por qué tuvo tantas nominaciones, ni cómo alguien podía llorar viendo a ese tipejo. ¿Es que acaso no se daban cuenta que era ficción?

Era entendible que en mis primeros años de racionalidad este tipo de manifestaciones me dejaran, por no decirlo menos, aterrado. No me cabía en la cabeza que la gente se conmoviera con Brad Pitt en la escena final de Seven, en vez de aplaudirlo por su actuación en Doce Monos. Para mí era claro que uno iba a cine a entretenerse, no a que lo devolvieran melancólico y mocoso. Sin embargo, de tantas visitas a las salas fui descubriendo que había filmes que inyectaban mugre en mi ojo y que curiosamente me alegraban la noche.

A partir de ahí, empecé la lista de películas lloronas. Una serie de títulos que procuraba repetirme a solas, con el fin de llorar tranquilo. Es que es muy bravo hacerlo a lado de tu papá o tu novia, nada de eso: “¡los hombres no lloran!”. Así que yo no lo hacía… en público. Digamos que era una especie de ceremonia de recogimiento que no necesitaba participación grupal.

Recuerdo que en los inicios de mi deshidratación, procuraba no retomar el tema de Titanic, del que tanto me había burlado, pues ya no tenía derecho. A mi favor, solo podía argumentar que casi todas mis películas lloronas eran de productoras y directores independientes. En mí no hacía efecto las fórmulas de grandes producciones, con héroes y heroínas de Hollywood, que tenía un banda sonora tipo sinfónicas. Por el contrario, eran las historias de barrios, de amigos, de seres humanos parecidos a los que me rodean, que lograban activar el llorómetro.

Aunque sé que no todos tienen la misma debilidad ocular, lograr esa reacción en un espectador es la satisfacción del deber cumplido, tal como lo hace la risa en una comedia. Es cierto que hay métodos amarillistas y público, un tanto estúpido, al que se conmueve fácil. Pero también es claro que una buena historia con elementos dramáticos bien argumentados, desenlaces sorpresivos y finales sensatos, cautivan a cualquiera, al punto que olvidamos, durante ese tiempo, dónde estamos.

Así que si usted es de los que mojan pupila y está orgulloso como yo, le recomiendo la siguiente terapia que recorre brevemente desde lo clásico hasta lo más reciente: Casablanca, Cinema Paradiso, Voces Inocentes y la película que no he podido superar a pesar de haberla visto más de diez veces: Habana Blues. ¿Cuándo será que Benito Zambrano saca su próximo filme a ver si dejo la pendejada?

3 comentarios:

Campanula dijo...

Habana Blues es una excelente película.
un abrazo

Lis dijo...

Hola.. no sabía que escribías... aunque no es noticia si es una novedad para mí... Ahh y si Habana Blues activo tu aparato lagrimal deberías verte Solas...y me cuentas.. (también es de Benito pero del 98) sólo dos locaciones y 3 actores... una peli magistral

Cristhian Carvajal dijo...

Hole
Gracias por tu recomendación, buscaré la película.
Saludos.