Melancólico Recogimiento

No es la música. No es el clima. No es el ambiente. No es ella, ni soy yo. Simplemente es la semana y su estúpido estado de reflexión. Y, por esto, se ausenta de mi mente su presencia. ¡Que lástima!

Sofía es un ángel sin alas, ni omnipresencia. Es la mujer con la que quiero problemas. Es por quien quiero dejar esta paz de la soledad. Es una desgracia que deseo vivir, acompañada de mucha mierda en mi cabeza y Utópico de Cáncer taladrando como banda sonora en esta historia.

No debo pensar en nada. Si, reflexionar mucho. No hay nada ahí y quizá no lo haya. Sin embargo, mañana puedo decidir otra cosa. No intenten entenderme, no pretendo que lo hagan.

Ahora me tomó un trago amargo. Un trago de cerveza Poker que me acompaña en esta historia. La que canta Andrés en mis oídos. Una historia donde todos mueren; su nombre es Estúpido y es una canción GENIAL… Tal como me siento hoy… ¿GENIAL?... ¿estúpido?

Imagino el futuro (pierdo el tiempo). ¿Será que si? (conjeturo bobadas). Escucho Prueba y Error (táctica que siempre funciona). ¿Cuánto es mucho y cuánta melancolía se tiene? (pregunta necia). Sólo escribo para esperar (ya tengo hambrecita… ¡LLAMÁ!). ¿Me pasa algo? (no es nada… frescos)

Epílogo
1.
La semana santa me aburre, sobre todo, cuando no he podido ir al X Festival Iberoamericano de Teatro de Bogotá
2. Sofía no existe, no es nadie en particular.
3. Utópico de Cáncer, Prueba y Error y Estúpido son canciones de Andrés Correa, que escuchaba mientras escribía.
4. La Poker estuvo deliciosa.
5. Y, si…tengo vuelta un ocho mi cabeza. La tesis (que ya no tengo). Las responsabilidades con El Clavo (que me llenan de motivación). Mi guión (nada que avanza). Y, lo más mamón, ¿cuándo terminaré el ciclo de la Ingeniería Electrónica?.
6. Aprovecho estas mini-vacaciones para tomar MAXI-DECISIONES.

Re-sabios de viejas mañas

I

Él la ve desde su habitación. A ella le encanta hacer de todo con la ventana abierta y que todos la vean. En varias ocasiones, él se masturbó mientras ella se lo hacía a un amante. Un amor perfecto entre vecinos que no se conocen.
Carlos es un tipo frío, solitario y amante del aguardiente Blanco del Valle. Le encanta perder tardes enteras viendo 'muñequitos' en la televisión y noches completas fantaseando con la vecina. Lee cuanto libro y autor se le cruza. Ama el olor de la marihuana y sueña con tener una productora de cine.
Mariana en cambio, es una mujer descomplicada y alegre. Ama el buen sexo y las aventuras de una noche. No se preocupa por averiguar el nombre de sus amantes, pero de todos conserva algún objeto personal, ya sea, un bóxer, un pedazo de cabello -incluso pelo-, un reloj, una manilla, en fin, lo que les pueda 'robar' después de enloquecerlos en la cama.
Aunque Mariana ya sabía desde hace mucho tiempo que su vecino la observaba, fue ella quien fingió sorprenderse al verlo una noche mirando por la ventana cuando se desnudaba para acostarse a dormir. Él se quedó inmóvil y no supo que hacer. Ella en cambio comenzó a escribir con lápiz labial en la ventana su número telefónico.
No pasaron cinco minutos cuando el teléfono de Mariana sonó. “Papá yo contesto” dijo Mariana, imaginando que su amante del balcón la estaba llamando. Como no lo iba hacer, ella era toda una tentación y él un pobre solitario que soñaba con su humedad. En efecto era él, con su voz ronca y sensual, a Mariana le pareció escuchar un locutor nocturno de eso que hablan de Jazz en una emisora de las que escucha Juan.
La llamada fue corta. Ella quedó en ir a su apartamento inmediatamente. Carlos no lo podía creer, todo había sido fácil. Además tenía total confianza en sí porque suponía que era la primera vez que Mariana lo pillaba. Todo estaba a su favor. Él conocía sus gustos en el sexo y ella no lo sabía.
Bastó con 15 minutos para que Carlos quedara exhausto y las mismas facciones de satisfacción en el rostro de Mariana. Para ella todo había funcionado, no podía creer que en tan poco tiempo haya sentido todo lo que sintió. Quería repetir, pero no podía, “mañana es lunes y tengo que ir a estudia”. Carlos entendió, debe estar en parciales y por esa época no se puede faltar a clase. “Bueno nena, espero que te vaya muy bien mañana en la universidad y no olvides pasarte por acá cuando quieras”. “Claro, pero será cuando salga del colegio” respondió Mariana riendo, mientras salía del apartamento.
Mariana se fue sin llevarse nada de él. Era la primera vez que lo hacía. Tal vez por el afán. Tal vez por que nunca volvería.
II
Carlos contó por primera vez y en exclusiva a Sebastián, su gran amigo, sobre la noche fugaz que tuvo con Mariana. Lo narró en tono depravado y totalmente apasionado. Describió cada una de sus caricias y la forma en que esos quince minutos se volvieron toda una eternidad. Quince minutos que han servido para hacer el ritual de la mano durante tres meses seguidos -tiempo que lleva desde aquella noche en que esa culicagada pasó a su apartamento y se lo merendó-.
Mariana dejaba loco a todos sus amantes por su sabiduría en la cama y por su gran ternura para enamorar. En sus redes caían los más fríos y pervertidos, al igual que los idiotas y románticos. Cuando digo enamoraba, no me refiero al popular ‘encoñe’ (quedar aferrados al sexo de una mujer) el cual todos alguna vez vivimos. Hablo de amor, de ese amor puro que todos creemos sentir en nuestra primera relación. Porque, simplemente, Mariana con su corta edad y experiencia, es la combinación perfecta entre encanto, delirio y mando.
Recuerdo muy bien las palabras que utilizó Carlos para narrar esa aventura. “No es simplemente excitante, es bello. Te olvidas de la edad, te olvidas del compromiso, sólo ella y yo. Tan pronto entró a mi apartamento, no tuve tiempo de dominarla. Era ella quien hacía conmigo lo que quería. Primero, no pidió permiso para entrar en todo mi espacio y escoger el lugar en dónde quería follar. Luego de aquel vistazo, no dudó en acercarse y preguntar si me había gustado todo el espectáculo que ella hacía con sus amantes para mí. Quede frío. No tenía palabras para responder semejante ataque. Ahora mi supuesta ventaja se había vuelto en mi contra. Cuando estaba a punto de responder –no sé que cosa-, ella me interrumpió. Me besó y dijo: A ver que tanto le sirvió verme en acción, e inmediatamente agarró mi entrepierna y comenzó la gran Ceremonia.No pensé que semejante infante supiera tanto de sexo. Sus caricias algo extrañas –algunas nuevas- me hicieron sentir de todo. No hubo pudor. No hubo respeto. Todo fue un toma y dame, que no había experimentado nunca. Su humedad era increíble. No creí verla más excitada que en aquel momento y -dejáme decirte- ya la había visto muchas veces follar. No es crédito mío. Es totalmente suyo, porque fue su enseñanza la que me dejó bien parado (literalmente)
Carlos nunca se cansaba de repetir la misma historia. Aquel relato se había convertido en todo un mito urbano. Muchos pensaban que se lo había inventado. Otros simplemente gozaban con su narración para pasar una buena tarde al calor de unos guaros.
Bajo un fuete calor y con el Blanco acompañándolos, Carlos repetía su hazaña. Para ese entonces, historia vieja –tres meses son bastantes, para tener una vecina así y no repetir-. Fue ahí, en medio de su narración, cuando escuchó la voz de Mariana. Era inconfundible aquella voz delicada y aguda acompañada por una risita pícara. Su mejor arma para enamorar.
Mariana se encontraba a dos mesas de la de ellos. Ella tampoco se había percatado de la presencia de Carlos, pues en ese momento era más entretenido hablar con el galán que la acompañaba.
Carlos de inmediato interrumpió su cuento y se acercó a saludarla. Ella lo miró y sonrió un poco. “Hola Mariana” dijo Carlos. “Hola señor... ¿nos conocemos?”, respondió ella muy fríamente. Carlos sonrió, por cortesía, ante aquella respuesta, pero al darse cuenta que Mariana no hacía ningún chiste, dijo: “Perdón, es que te pareces mucho a una chica que solía ser mi amante”. Le dio la mano al galán a manera de disculpas y se marchó para su mesa.
III

Nunca había sentido tal potencial en tan poco tiempo. No me imaginé que con observarme por la ventana había aprendido tanto de mí y, que yo iba a disfrutarlo tanto como él. ¡No lo puedo creer! Simplemente, fue divino”. Comentó alguna vez Mariana, para sí, mientras sudaba en el baño después de haber disfrutando con sus largos y delgados dedos del placer más grande, un placer que tan sólo se comparaba con los quince minutos al lado de Carlos. Quien pudo tener con sólo haberlo pedido... pero no lo hizo.

Desde que Carlos dejó de relatar su famosa hazaña con la niña de colegio, no se le volvió a ver triste. Nunca se pudo explicar por qué no lo reconoció, por qué lo ignoró, por qué lo había utilizado y, ¡lo más triste!, por qué no lo había vuelto hacer. Sin embargo, bastó con que trascurriera un mes después de lo del café, para que Carlos volviera a enamorarse de Tsukino Usagi, su mona favorita de Sailor Moon y dejara atrás la fugaz india que robó su sueño por cuatro meses. Prefirió idealizar la situación mezclando en su cabeza a Mariana y la guerrera lunar.

Mariana ahora andaba de mano con aquel galán, el mismo que Carlos le tocó ofrecer disculpas por ‘el mal entendido’. Era la primera vez que se le veía estable. Había conseguido trabajo como cajera en un supermercado muy tradicional de la ciudad. Varios de sus compañeros decían que estaba loca. Cuando estaba en 'las buenas', era la más caliente entre los estantes. Pero cuando no tenía ganas de nada, parecía esquizofrénica hablando con su imaginación y confundiendo a los clientes con Carlos.

Cada día la zozobra se apodera más de Mariana. Su discurso era el mismo. Recordaba. Maldecía. Lloraba. Se aceleraba y volvía a llorar. Para esos días ninguna de sus amigas la soportaba. El supermercado había desistido de sus servicios. La soledad se había vuelto su compañera fiel. El destino jugaba con ella; justo cuando necesitaba más distracción, era cuando todo estaba más parco.

Mientras Carlos vivía en la oscuridad de su habitación, la persiana siempre cerrada, enamorado de la rubia con facciones japonesas y calores de Manga; la estúpida de Mariana no hacía otra cosa que vivir llorando por su fracaso, por su perdida, por su payasada en el pasado y repitiendo siempre el mismo lema que todos aprendieron como una Oración: “lo tuve todo con él y lo perdí por culpa mía….mía y… sólo mía”.

Llevaba en esto, un año y cuatro meses. Diez y seis meses de haber estado con un señor taciturno que en quince minutos la hizo feliz. Cuatrocientos ochenta cinco días de los cuales trescientos sesenta y cinco, me había tocado vivirlos a su lado escuchando que otro pelmazo le dio a mi novia, en quince minutos, todo lo que yo no he logrado en un hermoso año.

Ahora en este apartamento, en esta ventana, miro al frente, al vecino, al habitante tras el ventanal, quien desde hace rato no abre la persiana y no observa para acá. Es un cuadro patético que me llena de dolor y decisión. En este momento, mientras mi hermosa Mariana (bello nombre, que anhelaba tuviera nuestra primera hija), se arregla para asistir conmigo al concierto de Charly García, yo escribo mi despedida -llena de dolor y desprecio- en una simple servilleta que encontré en el comedor.

Por cierto y para que no queden como en “Lost in traslation”, lo que le escribí en la servilleta fue:

Añeja mi sangre, para cuando tengas el paladar bien afinado
y puedas catar las gracias de mi amor. Mientras tanto, púdrete en tú felicidad
incierta de esperar en él lo que yo te puedo dar.

Adiós Mariana. Sebastián.

PD:/ Cuando suene Necesito juro que voy a llorar porque en
mi mente ya no estarás
.