Adios. Hasta Pronto. Luego nos vemos

Después de mucho tiempo de haber publicado las tres primeras partes (I,II y III), por fin ha llegado el momento de ver cómo concluye la historia.

IV

El (re)cuento de un cuento sin terminar.

Doña Paulina llega a su casa y observa con asombro el lugar. Sin pasar del marco de la entrada, la anciana escucha a la vecina, quien intenta ponerla al tanto de la situación. La verdad es que ella no sabe mucho, no fue testigo de lo ocurrido, pero hace un gran esfuerzo para que el ‘golpe’ que se llevará Doña Paulina, no sea tan fuerte. Ella no puede salir del asombro al ver su hogar. No imaginaba encontrar todo tan, como expresarlo… ¿organizado? Suponía que sería un desorden.

Cuando María le pasó el auricular a la abuela, imaginó que la noticia de un robo en su casa, sería algo que la podía afectar. Sin embargo, nunca entendió porqué le había dolido tanto el hecho, si los robos en ese barrio son comunes y ésta no era la primera vez que le sucedía.

Con desaliento y decisión, Doña Paulina avanza unos pasos hasta llegar al sillón de la sala que está delante del altar. Un espacio de la casa considerado santo, donde ella pasa la mayor parte del tiempo. El altar está adornado con dos floreros a los lados, tiene alrededor de 128 imágenes y 94 estatuillas a escala, entre las cuales se encuentran los santos más reconocidos y desconocidos. Pero hay algo que falta. En el centro del altar, donde suponía ser el espacio de la estatua más grande del sagrario, hay un vacío.

La anciana observa con tristeza su pedazo de cielo. Siente una desconcertante necesidad de reclamar por el mal trabajo de aquellos santos que permitieron el robo, pero al mismo tiempo su corazón se aflige al detallar lo desprotegido que se ve el habitad del Señor.

María Camila no deja de observar con alegría el ir y venir de los aviones. El aeropuerto es su lugar favorito. Desde ahí imagina mundos e historias inconcebibles. Hay miles de cuentos que recrea en su casa cuando visita este lugar. Sus ojos brillan con las luces de la pista y en el rostro no se puede identificar nada de lo que está imaginando.

Samuel deja caer de nuevo un par de lágrimas mientras la observa. La tristeza lo invade y verla tan fuerte lo confunde.

-¿Papi, es posible que mi mami no llegue hoy?

Pregunta inocentemente María Camila, mientras esboza una gran sonrisa.

- No linda,-contesta Samuel, mientras se limpia los ojos- el vuelo ya llegó y tu mami no tarda en aparecer por aquel túnel.

María Camila corre rápidamente, donde señaló su padre. Llega hasta el vidrio que hay en la puerta de acceso al túnel y desde ahí observa el pasillo por donde llegará. La alegría por reencontrarse con ella, al parecer, ha hecho que olvide la tragedia del día: la muerte de Luna.

Samuel se sitúa detrás de la hija y desde ahí puede observar el grupo de personas que acaban de llegar. El delgado cuerpo de su esposa encabeza el grupo. Trae una maleta pequeña en la mano derecha junto con el bolso y en la izquierda un paquete muy llamativo, que Samuel supone un regalo para la niña. Él agarra de la cintura a su hija y la sube en los hombros.

-Mira mi amor, allá viene tu mami. ¿Si la ves?, es la de blanco

María Camila sonríe y agita los brazos para llamar la atención de su madre.

- Si papi, ya nos vio.

Gabriela, la mamá de María Camila, agita el brazo donde lleva el paquete y lanza varios besos hacia ellos. Ella sigue el recorrido del pasillo que conduce a la sala donde se recoge el equipaje. Samuel y María Camila la pierden de vista.

- Dale papi, vamos a la parte de abajo, por donde sale mi mami. Dice María Camila, mientras patea con cariño a su papá como si fuese un caballo.

Samuel sigue el juego y simulando un paso fino, ‘galopa’ hacia el encuentro con Gabriela.

Son las 10 de la noche. Jacobo lleva veinte minutos en la sala de espera, escribiendo en el cuaderno unas palabras que le producen llanto. Termina de hacerlo. Seca sus lágrimas y va hacia el teléfono. En el primer piso del aeropuerto, marca de memoria un número telefónico. Espera varios segundos mientras suena el tono. Al otro lado de la línea, entre risas y algarabía, contesta la voz dulce de una mujer. Jacobo permanece en silencio, sabe que esa voz pertenece a Mariana. Intenta hablar, pero los nervios y el miedo no se lo permiten. Mariana continúa un momento en la línea insistiendo que le hablen, no encuentra respuesta. Se aburre y cuelga el auricular.

En situaciones normales Jacobo ya estaría en la sala de espera ansioso por subir al avión. Pero esta ocasión sí que ha sido una total disyuntiva. Sabe que no tiene nada que hacer en Colombia. Sabe que Mariana ya lo olvidó y no quiere verlo. Pero también sabe que es muy difícil dejar todo ese camino construido en estas tierras. Además este viaje tiene otra connotación; no hay tiquete de regreso.

Jacobo no puede ocultar, de nuevo, el llanto que se ha apoderado de él. Sin haber colgado el auricular en su puesto y con el cuaderno de Winne Pooh aferrado a la otra mano, llora como un niño. Llora como aquella noche que llegó a su casa tras haber terminado la relación con Mariana. Una noche particular donde lloró en los brazos de la mamá, quien se solidarizó sólo como una madre puede hacerlo en estos casos: en silencio y con amor.

La situación de Jacobo, aunque es muy trágica y podría robar la atención de los que están cerca, no es así. Al lado de él, está una familia –un joven, una joven y una niña- que en contraste, se abraza con felicidad, ignorando el dolor de este escritor. Tan sólo la niña, por un momento, se percata de la posición que tiene Jacobo en el suelo. Ver un hombre arrodillado en un aeropuerto, no es algo de todo los días. Sin embargo, la niña no se da cuenta del llanto y rápidamente se distrae con un paquete que tiene en las manos.

Gabriela sale por fin de la última sala que la ha separado de su familia. Los viajes en su trabajo son constantes, sin embargo no ha perdido el encanto por los rencuentros con su hija y esposo. Como es habitual corre a los brazos de María Camila, suelta lo que trae en las manos, la abraza y besa en la barriguita hasta que la niña no puede con la risa. Luego, sin bajarla, besa a Samuel en la boca, lo abraza con la mano que tiene libre y quedan los tres en un solo abrazo.

- Mis amores, no se imaginan lo mucho que los extrañé. Dice Gabriela sin dejar de abrazarlos.

- Y nosotros a ti mami. Contesta María Camila.

Gabriela baja a la niña, voltea hacia las maletas y el paquete que dejó en el suelo. Agarra sólo el paquete y tiernamente se lo entrega a la hija.

-Preciosa, toma, te traje un regalo… bueno, les traje. Dice Gabriela observando con picardía a Samuel.

María Camila toma en sus manos el paquete y se sienta en el suelo. Por un momento le roba la atención un joven que está muy cerca, el cual parece estar rezándole al teléfono. María Camila piensa que debe ser una llamada bien importante la de ese joven y aunque siente ganas de ayudarle, pues su papi tiene celular y podría regalarle un minuto, el regalo que tiene en frente no la deja hacer otra cosa que abrirlo.

La niña rompe el moño que envolvía el paquete y tira con fuerza de papel hasta quitar todas las cintas. De la bolsa sale un hermoso collar dorado, con una medalla en el centro, que tiene grabado en letras plateadas el nombre: LUNA. La niña, de espaldas a los papás, observa con asombro el regalo. Con ambas manos sujeta el collar y lo mira con tristeza. Arrodillada ahí en el suelo, levanta la carita y voltea hacia donde Samuel y Gabriela, quienes han estado a la expectativa. Samuel no ha podido saber qué es lo que contiene el regalo.

María Camila con las pequeñas manos abiertas, expone el regalo al papá. En su rostro ha desaparecido el gesto de alegría que tenía hace unos segundos. Con los ojos aguados y el seño fruncido, mira a Gabriela, quien no entiende la reacción de la hija.

- Un collar digno de la mejor mascota, que imagino hoy lo ratificó. Dice la madre, tras una tímida risa.

Gabriela estira los brazos, para ayudar a que la niña se levante, pero ésta la esquiva y clava la cabecita al suelo.

Apretando fuertemente el collar, María Camila grita, llora y patalea desconsolada por aquel regalo. El llanto ahoga sus palabras durante varios minutos. Cuando está más calmada, sin levanta la cabeza dice.

- Gracias mami por el regalo, pero Lunita no podrá lucirlo, pues las cenizas ya las tiramos al cementerios de los gatitos.



Doña Paulina lleva dos horas arrodillada frente al altar. No ha comido ni ha pronunciado palabra alguna. Tampoco ha cerrado la puerta de la calle, por donde el vecindario observa absorto la actitud de aquella anciana que parecía ser inquebrantable. Para los habitantes del barrio esto es insólito, La General nunca había dado muestras de sensibilidad por nada. Sin embargo, lo que habría de venir, nadie jamás lo soñó.

El espacio vacío del altar antes estaba ocupado por una hermosa estatua de la Santísima Virgen hecha en plata. Un hermoso trabajo artesanal que había sido importado desde Roma. Una Virgen que para la anciana tenía un valor especial (adicional al del dinero). Aquella figura de plata, era el único, de todos los objetos que había en la casa, que el propio Papa Juan Pablo II en persona, había bendecido. Un objeto invaluable.

Doña Paulina clava la cabeza al suelo, en señal de reverencia y respeto. Ahí no aguanta más. Con fuerza le pega en repetidas ocasiones al suelo y comienza a llorar desconsolada. Maldice la suerte de los ladrones. Desea con odio la muerte de aquellos que fueron capaces de robar una virgen como la suya y apetece su propia muerte. Ya no tiene nada porque vivir.

FIN


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