Dando roca en la U

"Esta es una de las causas por las que mi producción en el blog ha estado tan irregular.
Pues me encarreté mucho con el género de la Crónica y aquí está el primer resultado.
Esta crónica fue publicada en la Revista El Clavo ED 48.
Espero sus comentarios."


Preparándose para la rumba

Camilo está ansioso. Se ha fumado alrededor de 10 puchos en la media hora que llevamos alistándonos para el tropel que habrá en la universidad. Lleva 4 años sin participar en uno y sus emociones encontradas le dan ganas de cancelar. Ya se siente oxidado para hacer parte de una de estas “rumbas” y el encanto por bailar al ritmo de las papas bombas y el gas lacrimógeno ha desaparecido.



Camilo Trejos Ramírez , estudiante de último semestre de Ingeniería de la Universidad del Valle, se ha destacado por ser uno de los mejores estudiantes de su Facultad y por trabajar en diferentes grupos de investigación, relacionados con el Desarrollo Sostenible. También, es reconocido por sus fuertes inclinaciones hacia el socialismo.

Yo empecé a volverme mamerto más o menos a los 13 años. Tengo un tío que fue militante del M-19 y después estuvo en el ELN. Yo crecí escuchándole sus historias y leyendo a Marx”. Comenta emocionado mientras me enseña su nutrida biblioteca, donde se destaca la obra completa de su homónimo el Cura Camilo Torres. “Cuando llegué a la Universidad prácticamente ya me había leído El Capital y todos los textos canónicos del Marxismo”.

En el colegio, Camilo no era un estudiante destacado y sociable, más bien parecía un adulto enfrascado en cuerpo de niño. “Mientras los demás compañeros en los recreos jugaban fútbol, él iba a la Sala de Profesores a charlar con un Docente que conocía a mi hermano, quien le contaba sobre los grupos estudiantiles de Univalle”, comenta de repente su mamá que ha entrado a la biblioteca. Trae un par de jugos en una bandeja, “jugos en leche para que no le vaya a dar tan duro los gases”, bromea Doña Norma mientras se retira de la habitación. Camilo cuenta que su mamá, “que también es medio izquierdosa”, siempre supo cuándo iba a tropelear y aunque sentía mucho miedo, nunca lo censuró.

Desde que estudiaba en el colegio, en las tardes, me iba con el profe para la U. Ahí empecé a conocer mucha gente. Cuando ingresé a primer semestre, entré a hacer parte activa de un grupo estudiantil, que obviamente tenía más intereses políticos que académicos”. Camilo sorbe el último trago de jugo, apaga el cigarrillo en el cenicero —que ya tiene más de 15 colillas acumuladas— y se levanta para ir a su cuarto. Del closet saca un pantalón, una capucha y un saco de cuello alto que tiene amarrado en la manga izquierda un cinta roja, con la imagen borrosa del Ché Guevara. Es el uniforme con el que muchas veces dio roca y que ahora conserva como un recuerdo de la época que más lo ha marcado en sus 23 años de vida.

Los tropeles en las universidades públicas colombianas comenzaron en la década del 70, cuando los estudiantes protestaron por los acuerdos que el Gobierno realizaba con entidades extranjeras, como la Fundación FORD y la Fundación Rockefeller. En ese momento comienza a agitarse la bandera de la defensa de la universidad pública y se logra incluso extender el conflicto a universidades privadas, entre ellas la Universidad Libre de Bogotá, La Universidad Externado de Colombia, la Universidad Santiago de Cali y la Universidad de Medellín.

Carlos Medina Gallego, Licenciado en Ciencias Sociales y Magíster de Historia de La Universidad Nacional, en su libro Al calor del tropel afirma que el actual movimiento estudiantil carece de organización nacional. Argumenta que las luchas al interior de cada universidad sólo están generando apatía entre los estudiantes y se está produciendo un efecto inverso al de los 70: la despolitización.

A pesar de que los tropeles se han desdibujado, Camilo conserva gran simpatía por esa rebeldía estudiantil. Todavía, se emociona cuando habla sobre los momentos previos al tropel. “Lo primero que debe haber es un momento de coyuntura en la U, que motive el tropel. Primero, se convocan asambleas, mitins o foros de discusión, mientras se madura la idea del tropel. Se hace la evaluación de cuánta gente tiene uno, no se sale con menos de 30 tapados (encapuchados). Luego, se reúne la cuota. En esa época dábamos $10.000 cada uno para comprar los insumos. Días antes del tropel nos íbamos tapados a hacer ‘pintas’ (grafitis) en la U, para que la gente comenzara a pillar que algo iba a pasar. En ese sentido, los tropeles eran distintos a los de ahora. El tropel era el último momento de un proceso. Ahora, lo que pasa es que muchas veces ni siquiera el que sale, sabe por qué lo hace y a veces salen sin un comunicado donde expresen las razones que motivaron la acción”.

El momento más tensionante antes de todo tropel es precisamente la compra de los insumos para las papas bombas, pues el aluminio negro, principal ingrediente, no se vende libremente. Muchos piensan que las llamadas papas bomba son en efecto papas que se rellenan de algún material que reacciona explotando, pero no es así; las papas son una mezcla de aluminio negro, azufre y cloruro de sodio, que se enrolla en un pedazo de papel aluminio con una piedra plana o una moneda, en la mitad.

El momento de cocinar (hacer papas bomba) era muy bonito. Uno se parchaba todo un día en un salón camuflado de la U, a hablar mierda, escuchar música y tomar pola…”. De repente, Camilo se queda en silencio. No sé si la razón es porque debemos bajar del bus, o por la imagen que nos recibe: una tanqueta del Esmad (Escuadrón Móvil Antidisturbios) parqueada a pocas cuadras de la Universidad. “¡Uy hermano, los sapiaron!”, es lo último que dice mientras caminamos hacia la Univalle.

En medio de la farra

El reloj de Camilo marca las 10:00 a.m. al entrar a la Universidad. La sensación de tensión que sentimos, contrasta con el ambiente al interior. Después de un largo recorrido por la Universidad, Camilo confirma que habrá tropel. Señala hacia el frente para mostrarme un grupo de encapuchados que están concentrados en la plazoleta de la Facultad de Ingeniería. La imagen es impactante. Son alrededor de 10 jóvenes formados, mientras uno de ellos grita algo, que no alcanzamos a escuchar.

Súbitamente, aparecen más encapuchados que vienen de la parte de atrás de la Universidad. Varios de ellos caminan a paso acelerado y corean una consigna que emociona a Camilo. Como si se tratara de una oración, la repite en voz baja: “Mi voz la que está gritando, mi sueño el que sigue entero, y sepan que sólo muero, si ustedes van aflojando. Porque el que murió peleando, vive en cada compañero. ¡Venceremos!”. En ese nuevo grupo, hay dos capuchos con bolsas en cada una de sus manos, que son escoltados. “Ese par de personajes son los que más se deben cuidar, pues ellos son los que llevan los ‘juguetes’ y el material para seguir cocinando en medio de la ‘fiesta’. Si le van hacer algo a alguien, que se lo hagan a cualquiera menos a ellos”.

La avanzada ha comenzado y el tropel es un hecho. Mientras los seguimos, a una distancia prudente, los capuchos entregan hojas con un comunicado que titula: “No reelección, sí revolución”. A nuestro paso, se ven estudiantes con el seño fruncido que van en contravía, otros se notan preocupados, algunos se asustan y otra cantidad considerable, se emociona y comienzan a unirse a la caravana.

El primer grupo que ha llegado a la calle lanza las primeras papas explosivas. Tres de ellos paran un bus, bajan a la gente y al conductor. Atraviesan el bus en la calle, le pinchan las llantas y lo pintan. “Esa es una estrategia para ganar tiempo y territorio antes de que llegue la Policía, ya que la tanqueta debe arrastrar el bus para poder abrirse paso hacia la portería de la U”. Me explica Camilo, mientras saca del maletín una pañoleta verde que moja con leche. Sabe que hoy la Policía no demorará los 20 minutos tradicionales, por eso tiene el pañuelo listo para contra restar el efecto de los gases lacrimógenos, que pronto comenzarán a tirar los del Esmad.

Un fuerte estruendo a pocos metros de la portería, nos alerta sobre lo cerca que estamos del enfrentamiento. La gente que está viendo el tropel, retrocede rápidamente para alejarse del peligro. De repente, el ambiente se inunda de gases y el sonido de la tanqueta empujando la reja de la entrada, advierte del estado del tropel. En pocos minutos la Policía se apodera de la calle y atrinchera a los encapuchados en la Universidad.

El conflicto se alarga durante una hora, donde se mantiene una rutina agresiva de lanzarse, papas y gases. Los estudiantes que han decidido quedarse a ver el tropel, parecen no sentir peligro. Varios de ellos animan a los encapuchados. Otros, mientras compran helados a un vendedor ambulante que está en medio de la multitud, comentan “lo aburrido que se puso el tropel”, porque cada vez suenan menos explosiones.

De un momento a otro, un fuerte estruendo nos aturde. Camilo se apresura a comentar que es el momento de la huída, ya fue suficiente y es probable que la Policía se meta a la U. También nos damos cuenta que los capuchos se han retirado en medio del humo de la última explosión.

Camilo camina en contra de la multitud, que todavía sigue enérgica, creyendo que están en medio del tropel. Prende un pucho, guarda la pañoleta —que tanto nos ayudó a evitar el fastidio del gas— y sigue su camino, recogiendo los pasos de este tropel que vivió desde la barrera.

El after party

La Universidad quedó desolada después de la “fiesta”. Una vez más los excesos la han lesionado, dejando un tufo amargo en su aliento. Queda una pesadumbre que advierte la resaca del mañana. Otra rebelión con olor a pólvora que está creando alergias a todos aquellos que se quieren acercar.

En el trayecto de regreso a la casa de Camilo, el silencio se ha apoderado de nosotros. Él observa distraído por la ventana mientras juega insistentemente con el papel del comunicado que nos entregaron. Después de medio recorrido, y sin dejar de mirar por la ventana, confiesa que decidió abandonar las filas de su combo cuando dentro de la Universidad mataron a Jhonny Silva, un estudiante que nada tenía que ver con un mitin que hubo momentos antes de que La Muerte le ganara la carrera debido a una limitación motriz que tenía en sus piernas.

Cuando mataron a este pelado (Johnny) dentro de la universidad, las dinámicas del tropel cambiaron. Ahí empecé a descubrir que me estaba convirtiendo en lo que yo realmente odiaba. Me estaba volviendo el man más sectario y me reprimía de cosas, como tomar Coca Cola o fumarme un Marlboro, sólo porque eran ‘vicios burgueses’”. Camilo enrolla con más fuerza la bola de papel en la que ha convertido el comunicado del tropel. Toma aire y continúa: “Todavía creo que la violencia es necesaria, pero no una violencia que se perpetúe. Todo acto violento tiene que procurar ganar el mayor reconocimiento en la base, que es algo que no pasa y que, desafortunadamente, en este país nunca va pasar porque las insurgencias están muy deslegitimadas y con toda razón. Sin embargo, sigo compartiendo esos ideales románticos de la juventud revolucionaria. Creo que es necesario seguir pensando otro mundo que no sólo es posible sino urgente”.

Antes de despedirnos, Camilo deja claro que, a pasar del riesgo vivido y los problemas de seguridad que tuvo —medidas cautelares del Ministerio del Interior y de la Corte Interamericana de Derechos Humanos—, no se arrepiente de nada. Finalmente, me entrega la bola de papel, como si quisiera despojarse del recuerdo del tropel de hoy y se despide sentenciando que: “Las cosas en la U han cambiado tanto que podrían llegar al punto de que las papas se las tiren entre ellos mismos, convirtiéndose en una fiesta privada que fracciona y debilita la universidad”.


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